Cultura Nacionales

Garibaldi, el “héroe de dos mundos”

Written by Debate Plural

Marcio Veloz Maggiolo (Listin, 12-5-17)

 

Con el llamado Risorgimiento, a partir de 1810, la vida italiana comienza un giro libertario y a la vez unitario, que se enmarca en procesos de búsqueda de la integración de la Península y sus islas adyacentes bajo las ideas republicanas de conformación en un solo país que, antes fragmentario, tuvo muchos nombres y dueños.

La fragmentación del territorio en “ínsulas” de poder de oredemnes sociopolíticos, se tornaría problemática en una Europa también dividida ideológicamente y a la vez posesiva, con principados, reinos pequeños y grandes, republicas tempranas, nuevas fronteras bonapartistas y en el caso de Italia, también con deseos de unifi cación.

La infl uencia napoleónica anterior a su dictadura fue un eje de promoción de ideas libertarias. Un oleaje de necesidades del logro de identidad nacional se promovía en movimientos con el llamado “Joven Europa”, contemporáneo del designado “La joven Italia”, promovido por G. Mazzini. Algunas de las monarquías se defendieron usando como mascara la llamada Santa Alianza, mientras los valores burgueses ascendían como parte de nuevo credo social.

Para algunos historiadores, en esta zona del mundo, en donde se había desarrollado una de las más importantes culturas clásicas como fuera la propiciada por Roma y el posterior imperio romano, se desplegaba un fuerte post-romanticismo, que hacía del deseo de unidad del territorio, fundamentalmente en manos austriacas, extranjeras o sin destino propio, un caldo de cultivo ideal para las revoluciones y cambios ideoculturales.

Las ideas del Risorgimiento italiano encontraron consolidación en una identidad creciente que apuntaba hacia la necesidad de unifi cación de algunos territorios. Sin embargo, entre la juventud encabezada por Giuseppe Mazzini, se hacía cada vez más presente la idea de la llamada “joven Italia”, un movimiento que predicaba e inicia planes para deshacerse de la presencia austriaca, y de los dictados de la llamada Santa Alianza, de los cuales el Vaticano era parte importante todavía como estado beligerante.

Giuseppe Garibaldi, nacido en 1807 en Niza, hoy territorio francés, pero durante su nacimiento zona italiana; era hijo de Doménico y Rosa Garibaldi, originarios de la zona de Liguria, el uno pescador y comerciante y ella una simple ama de casa. Doménico poseía barca propia en la que le propiciaba a su hijo la enseñanza de las artes de la navegación, el cabotaje y los secretos del mismo. Giuseppe estudió con maestros particulares asignaturas importantes para su futura profesión, obteniendo desde muy joven el permiso para ejercer las funciones de marino, y luego de capitán de barco. Ya en 1827, con solo veinte años, se había enrolado en el barco de nombre Cortese la que lo lleva muy joven a puertos lejanos, y en 1832, se le hizo capitán comercial, iniciando sus numerosos viajes a medio Oriente, el Mar Negro, Estambul, y otros puertos entonces legendarios, hasta casi dar vueltas por el mundo con cargamentos de guano, madera y otros renglones apreciados entonces en el marcado mundial. Su gloria para alcanzar el título de “héroe de dos mundos” se inicia cuando, condenado a muerte por participar en el levantamiento del Piamonte, identidad que exhibía, donde adquiere el grado de capitán de naves, contra el régimen, tiene que exiliarse, y lo hace primero en Túnez, donde llega desde huyendo desde Marsella con nombre falso a Rio Grande do Sul, Brasil, incorporándose de inmediato, por sus conocimientos bélicos y marítimos, al movimiento separatista encabezado por Benito Gonsalcvez da Silva en Rio Grande do Sul, donde como capitán de navíos hace las veces de corsario contra las naves del Brasil monárquico. Luego de que se deshace la oposición de Gonzalvez, viaja al Uruguay, donde había sido derrocado el dictador Oribe quien tenía el apoyo del también dictador Juan Manuel Rosas, de Argentina, y nuevamente se le pide incorporarse a la rebelión ahora contra los seguidores de Oribe. Este proceso, llamado La Guerra Grande, se extendió desde 1839 a 1851; Garibaldi, que ya en Brasil fue de los fundadores de la llamada Republica Catarinensis, tomó como suya la parte uruguaya de la lucha en este nuevo confrontamiento. Ya en 1843, con el apoyo de los exiliados pro movimiento Gionvanne Italia de las regiones italianas, crea el primer modelo legionario italiano, los camisas rojas que luego, en Europa, serian el signo de sus ejércitos, y lucha al servicio del presidente del país y contrario a las ideas de Rosas y Fructuoso Rivera, participando en asaltos marineros en y en acciones corsarias que casi lo revelan como el fundador de la marina de guerra del Uruguay.

En 1846 contrae matrimonio con Ana María de Jesús Ribeiro, quien viuda a los 18 años se había entusiasmado con el héroe y sus modos de vida. Todos estos hechos son difíciles de contar y aún más de analizar.

Lo cierto es que en 1848 Giuseppe Garibaldi tiene a los 40 años una experiencia bélica que considera madura y necesaria para la causa de la unifi cación de Italia. Aunque no salió de Italia con esos proyectos, la propia situación y circunstancias de Sudamérica, incluyendo sus experiencias peruanas, se han transformado en una especie de currículo bélico y político. Sus éxitos en Latinoamérica se han dispersado en publicaciones y el y el seguidor de las ideas de Mazzini y del socialismo de Saint Simon, vuelve a tierra de Italia con la misión de cumplir con las ideas republicanas que encontrarán tierra aprovechable en los pensadores de origen romántico, y en los que encontraron, tal vez viendo en el personaje un modelo para sus narrativas, en las aventuras de Garibaldi la concreción del espíritu de una época. La fama conseguida en América, concebida como historia y documentada en la primera parte de su Diario prologado por Alejandro Dumas y luego su larga lucha por la unifi – cación de Italia, que resumiremos, hizo crecer su fi sonomía mitológica, hasta su muerte, no sin recibir las admiraciones de Gerge Sand, y de Víctor Hugo, quien lo propuso como diputado y fuera rechazado por no ser francés dejando en Garibaldi un amargo sabor, consignado en el agradecimiento que en una nota que reproduciremos, el General Garibaldi, agradeció orgulloso de que fuera el más alto político y escritor francés quien le reconociera con mirada europea y no con un nacionalismo que no estaba acorde, como veremos, con los éxitos libertarios de Garibaldi en territorios del llamado Viejo Mundo.

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