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Octavio Paz, crítico de la revolución

Written by Debate Plural

Diógenes Céspedes (Hoy, 4-2-08)

 

En el caso empírico del pueblo español triunfante, el momento excelso de la dialéctica entre lo político y lo poético no podía durar indefinidamente. Sobre todo cuando para Paz la historia es un sujeto: “De nuevo la historia reveló que poseía más imaginación y recursos que las filosofías que pretenden encerrarla en sus prisiones dialécticas.”

(Ibíd., p. 280) Este racionalismo debilita la crítica que Paz le hace al sentido de la historia y a su teleología infusa, aunque la descripción de la lucha del pueblo español desmienta enseguida ese historicismo: “Lo que ocurrió en España el 19 de julio de 1936 fue algo que después no se ha visto en Europa: el pueblo, sin jefes, representantes e intermediarios, asumió el poder. No es este el momento de relatar cómo lo perdió, en doble batalla.” (Ibíd.)

La radical historicidad de la lucha eliminó por espacio de tres años el inconsciente de la jefatura (la necesidad de demanda de autoridad que yace inconscientemente en cada sujeto) debido justamente a que la revolución no había triunfado. Estaba en proceso, pues sin triunfar no era tal, sino levantamiento, revuelta o rebelión, poco importan los programas políticos o ideológicos invocados.

Si la revolución triunfa, esa necesidad de jefatura se hace patente de inmediato para conservar lo establecido, pues una inmensa mayoría (del pueblo) ha participado en esa gesta y tiene en ella intereses de todo tipo que conservar. Pero la “belleza” poética y política de esa revolución en proceso fue la ruptura de los esquemas ideológicos del historicismo racionalista de todo sistema social: “…la espontaneidad de la acción revolucionaria, la naturaleza con que el pueblo asumió su papel director durante esas jornadas y la eficacia de su lucha, muestran las lagunas de esas ideologías que pretenden dirigir y conducir una revolución. Pero la insuficiencia no es el único peligro de esas construcciones. Ellas engendran escuelas”. (Ibíd,)

Esas escuelas, con sus doctrinas, son las que se imponen al final de toda revuelta, rebelión o levantamiento. La insurrección refuerza el poder que combate. Ya se vio la hipótesis de que toda revolución es un fracaso, aún si triunfa. A menos que uno no crea en el sentido de la historia, con su ideología del progreso y del atraso y su vectorización optimismo/pesimismo. Lo que no significa que no se deba luchar, a cada momento, por hacer una revolución indefinida, aún teniendo conciencia de que acabará en unidad-verdad-totalidad.

Se debe luchar porque ahí están encerrados e implicados valores éticos como el de lo múltiple de la vida, la solidaridad, la contradicción del sujeto, la pluralidad de las instancias de poder, la libertad, la justicia, los derechos culturales, la renovación de las condiciones de vida de los sujetos (luchas por el pan, la vivienda, la salud, la educación, el trabajo, la poesía, el arte, el ocio, etc.). Estos valores éticos centrados en el sujeto se oponen a la ética de la personalidad, la cual centra al sujeto en valores materiales y en la opinión que de ese sujeto tienen los demás.

Pero triunfe o no la revolución, ella no es ni progreso ni atraso. Es una lucha, en la vida y en lo social, en y por el presente de todo sujeto. Por eso Paz prevé la instalación de esquemas mortales para la vida y para el sujeto luego del triunfo de toda revolución: “los doctores y los intérpretes forman inmediatamente una clerecía y una aristocracia, que asumen la dirección de la historia. Ahora bien, toda dirección tiende fatalmente a corromperse. Los estados mayores de la Revolución se transforman con facilidad en orgullosas, cerradas burocracias.” (Ibíd.)

¿Quién les ha dado ese poder a los doctores, a los intérpretes y a los “estados mayores”  de la Revolución? No es el pueblo, ni las clases que han hecho la revolución junto con quienes se han abrogado la dirección de la historia, pese a que una vez instalado el Estado Revolucionario comience a funcionar la demanda inconsciente de autoridad por parte del pueblo. Pero la autoridad no la demanda el pueblo para que le aplasten, sino para que se cumplan los valores éticos por los que luchó. Si hay algo que instintivamente resiente todo sujeto, y se rebela contra eso, es que el poder pretenda aplastarle, abolirle, reducirle a la identidad del Estado.

Me parece, entonces, capital, no sólo para América Latina sino para toda sociedad, la construcción de una teoría.

Una teoría del Estado y una crítica del poder que sea una crítica del Estado en y por una teoría de relación entre lenguaje e historia a partir del concepto clave de lo radicalmente arbitrario e histórico del signo. Por lo que sostengo que las reflexiones de Paz, aunque no construyen esta teoría, ayudan a construirla en virtud de su crítica del poder y del Estado en y por el poema y la poesía. Por ejemplo: “Los actuales regímenes policíacos hunden sus raíces en la prehistoria de partidos que ayer fueron revolucionarios. Basta una simple vuelta de la historia para que el antiguo conspirador se convierta en policía, como lo enseña la experiencia soviética. La nueva casta de los jefes es tan injusta como la de los príncipes” .

Creo que la última frase sitúa, por primera vez, aparte del trabajo acerca de Tamayo, el problema del poder en Occidente, al implicar por ahí una crítica a la ficción de la democracia representativa del Contrato social de Rousseau.  Claro que como esbozo. Cuando Paz equipara a la casta de   soviéticos con la de los príncipes, deduzco que se refiere, en cuanto a estos últimos, al caso extremo de los jefes de regímenes totalitarios como las dictaduras de tipo latinoamericano.

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