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El liderazgo poético de José Mármol

Written by Debate Plural

José Rafael Lantigua, ex ministro de cultura República Dominicana (D. Libre 16-2-13) 

 

En una tarde de inicios de 1988, hace justo veinticinco años, me senté a conversar con José Mármol en una pequeña oficina de INTEC, donde entonces laboraba el poeta, buscando conocer a quien ya despuntaba como el vate más promisorio de ese decenio impetuoso que se mostraba dispuesto a romper con los moldes de la sentenciosa y beligerante propuesta poética sesentista y, ni qué decir, con la frágil cosecha intermedia de los setenta.

A esa hora, Mármol había puesto a calentar el caldero siempre bullicioso y efervescente de la poética dominicana, con apenas dos libros, «El ojo del arúspice» (1984) y «Encuentro con las mismas otredades 1» (1985), al que seguiría «Encuentro con las mismas otredades 2» (1989). Había que ponerle atención. Ese encuentro, que produjo -eso creo- la primera entrevista al poeta en cierne, y que publicaría en nuestro suplemento Biblioteca, de Última Hora, me permitió descubrir no solo a un escritor de versos de «madurez y plenitud», como lo denominé entonces, sino a un pensador que rastreaba a profundidad en lecturas fundamentales que permitían asegurarnos que su paso por la literatura no iba a ser común y pasajero, sino que alcanzaría alturas eminentes. Al final de aquella conversación, yo escribí el vaticinio: «Mármol es, además de buen conversador, un joven de talento elevado y de convicciones literarias firmes, sin ser dogmático. No todos los poetas, jóvenes y viejos, saben sustentar sus criterios literarios con la firmeza y el caudal de conocimientos con que él lo hace. Su voz, la de sus poemas y la de sus concepciones, habrá de ascender en trascendencia, y el virtuosismo de su palabra y de su acento, que algo tienen de obsesión cautivante, se afirmará con el tiempo cuando su poesía se examine sin afán desdeñoso».

Ha pasado un cuarto de siglo apenas del encuentro con aquel joven que entonces tenía 27 años y que con solo dos poemarios construía ya su propio camino, un camino que defendería en distintos escenarios con la fuerza de sus convicciones literarias y con el aporte de más de una veintena de libros donde junto a la poesía sobresale su pensamiento en ensayos que contribuyen a consolidar su trayectoria, junto a unos deslumbrantes aforismos que parecen desprendidos del mismo trajinar poético hacendoso y fértil que ha levantado su numen conceptuoso.

Al cabo de estos cortos años -treinta cumplirá apenas el año próximo de su aparición en el escenario literario nacional- uno relee a Mármol y se termina de convencer de su elevado ejercicio poético, desde la coherencia y superación que evidencian sus obras, donde prácticamente no se observan descensos, ni se consume en repeticiones o en mudables construcciones -volutas, suelo llamarlas- en las que caen todos los poetas, incluso los más insignes de la literatura universal. Bueno, poetas hay como el adorado Neruda que está hecho de volutas en grado alto, salvadas por libros penetrantes, eternos. Cuando reviso el anaquel de mi biblioteca donde tengo colocados los libros de Mármol, me sorprendo no solo de la cantidad de volúmenes que produjo después de aquella conversación en INTEC cuando apenas tenía dos libros, sino principalmente -y reviso mis notas al pie en las páginas de cada libro- de la obra admirable que ha realizado durante estos cinco lustros donde destaco cinco características esenciales: la «poética del pensar», que es su signo mayor, mantenida sin variantes de fondo; el ritmo, como secuencia del decir poético en un marco de profundidad y belleza de estilo; el incesante cuestionamiento del Absoluto; la memoria nostálgica; y la búsqueda incesante de temas que permiten sintonizar el oficio con la grave disyuntiva del acontecer humano, desde los planos múltiples de la conciencia ética del devenir. El Yo autobiográfico frente al Yo social, colectivo.

Asombra y conmueve esa poética que transita por las veredas íntimas del ser y sus cadencias. De aquel primer libro que comenzó a mover la coctelera de nuestro ambiente poético, al más reciente premiado por Casa de América («Lenguaje de mar») hay unas constantes en el temario poético de Mármol que permiten a un lector aguzado de su obra seguir el trillo de su ejercicio con cierto arrebato. El mar, por ejemplo, como obsesión en el vacío en su primer libro («herida que no cesa/ el mar no es mi niñez); como destello que sigue firme en su segundo libro («con su tos profunda el mar caribe ya quebrantado estalla/ en sus orillas/ ignorando borracho esos barcos tan distantes untados de tiniebla/ camino al horizonte») y como cuerpo de memoria en su texto recientemente laureado («El mismísimo, eso sí, el inmenso irrepetible,/ el mar alzado en vuelo, lentitud del lastimado,/ alas que no pueden los azules levantar».) Y el padre, el entorno familiar, el recuerdo de la niñez, la soledad, que siguen un curso in crescendo en su obra («Pesa la mirada. Enlutan los recuerdos/ y la nostalgia suelta la brida de sus yeguas/ y el halo de la pena se aposenta entre las sienes».) Quizá sea poco común esta continuidad temática en el abordaje poético dominicano, sobre todo dentro de unos niveles de variabilidad motivados por un pensar dialógico con la realidad personal, en un marco donde el lenguaje vela el instinto y lo sostiene.

Recuerdo el comentario de un notable intelectual que fue jurado del concurso donde fue premiado el libro «La invención del día» en el acto de presentación del texto: «No solo fue el mejor libro del certamen, sino que es uno de los mejores libros de poesía de los últimos tiempos». Partí a casa a leerlo esa misma noche, y al releerlo hoy con sus notas y subrayados me convenzo por nueva vez del dictamen de aquel amigo escritor. «Cada palabra es una flor que aborrece su forma y en el instante queda», es un verso de aquel libro que se queda para siempre. Cuando se vuelve a sus textos anteriores y posteriores a este libro premiado, uno puede constatar la solidez de la poética marmoliana.

Muchos poetas desdicen de un libro primerizo. Entre los grandes y los pequeños, es una constante. Un libro inicial que se desea negar, que fue producto de un acto de ensoñación, de un desvelo de época, de un apresuramiento. Los que continúan en el oficio y lo superan, quisieran borrar ese instante fallido. En Mármol no se revela esa escritura desdeñada. Hablo desde la seguridad que me plantea la lectura y relectura de sus textos, y las de otros muchos que me merecen respeto y admiración por su ejercicio y aportes. Desde el poema o desde la prosa poética, Mármol ha creado una estela ejemplar que le ha permitido levantar con firmeza el liderazgo que comenzara a construirse hace poco más de cinco lustros con sus dos primeros libros. Un liderazgo que no tiene por qué sustentarse en prosélitos, sino que está afirmado por todo el proceso de su quehacer literario, por el lustre de sus honores poéticos y por la consistencia de sus textos, incluido los ensayísticos. Es un liderazgo, negado o menospreciado más de una vez, que se ha impuesto a base de su dominio del lenguaje y de su constancia, y que ya no puede ser negado o soslayado.

La generación surgida en los ochenta, fue anunciada por José Mármol en 1982, cuando él no había publicado aún su primer libro y cuando apenas se estaba iniciando esa década, lo que le convirtió en el sumo pontífice del grupo como alumbrador de sus formas, negador del canon vigente hasta entonces, anunciador de la nueva experiencia que estaba ya siendo cabalgada, y como fijador de la teoría del «pensar» poético que se convertiría en el campanillazo que sacudiría el parnaso de la época. He ahí el germen de su real liderazgo, aparte de su obra misma que lo consolidaría en la cúspide de ese movimiento que entregaría a la historia de nuestra literatura a un notabilísimo grupo de poetas de alta dimensión que, algún día, alcanzarán como Mármol ahora la presea máxima de las letras nacionales. Estoy seguro que así será. Ninguna otra generación poética, lo advierto hoy, llevará al altar de los consagrados más oficiantes que la promoción ochentista, donde incluso los poetas que se quedaron en el camino y publicaron muy pocos textos, pueden hoy figurar en cualquier antología general de la poesía dominicana con sobrados méritos.

En el poema final de aquel libro primerizo, «El ojo del arúspice», el poeta escribió: «¿hacia dónde van los hacia dóndes de mi jardín de furias y de penas?». Hoy lo sabemos. José Mármol ha llevado la poesía dominicana a un sitial de honor en toda la tribu poética del orbe hispánico. Sólo le falta ser traducido para que se le descubra en otras lenguas. Ha llegado a la meta del honor, en poco menos de treinta años de ejercicio de la poesía. Afirmo que con él ascienden todos los que juntos formaron la generación de los ochenta y que decidieron entonces que la brega incesante con la literatura conduce a peldaños cimeros donde el poema edifica las auroras de nuestro devenir.

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