Cultura Nacionales

El teatro dominicano: otra mirada

Written by Debate Plural

Chiqui Vicioso ( Hoy, 8-4-17)

 

Para escribir sobre el teatro dominicano en relación con la presencia de la mujer, como sujeto de las obras y como autora, es necesario partir del Entremés de Cristóbal de Llerena, porque (concordando con Pedro Henríquez Ureña) el teatro como tal apenas se inicia en 1492, cuando Juan de Encina estrena sus primeras églogas en la corte del Duque de Alta, y se difunde en América como teatro misionero, escolar y criollo.

Es en el siglo XVI, cuando en Santo Domingo se produce el Entremés, único texto dramático que ha sobrevivido, escrito por el canónigo Cristóbal de Llerena de Rueda, quien nació en 1540 y falleció en 1625.

Si menciono la obra de Llerena y no el llamado teatro indígena, es porque de este teatro no nos queda ninguna reminiscencia y, por lo tanto, su posible influencia en la conformación de una imagen de la mujer es inexistente.

No sucede lo mismo con el teatro introducido por la metrópolis en la entonces colonia de Santo Domingo. Para muestra, reproduzco un fragmento del Entremés, con la respuesta de Edipo cuando se le pregunta sobre la naturaleza del monstruo que ha sido dado a la luz por Bobo, su personaje central:

“No quiero andar con comedimientos,
Sino hacer lo que se manda,
Que yo desaté el animal de la esfinge,
Diciendo ser símbolo del hombre, y este digo
Que es símbolo de la mujer y sus propiedades,
Para lo cual es menester considerar que es este monstruo
Tiene el rostro redondo de hembra,
El pescuezo de caballo,
Se encierra en la mujer,
Como lo de declara este tetrástico,
Que servirá de interpretación:
Es la mujer instable bola.
La más discreta es bestia torpe insana,
Aquella que es más grave es más liviana, y
Al fin toda mujer nace con cola”.

SIGLO XVII
Durante el siglo XVII ni siquiera la presencia de Tirso de Molina en Santo Domingo (quien por cierto, según un reciente trabajo de investigación basó su Don Juan en un personaje que conoció en La Hispaniola), fue significativa para el desarrollo del arte dramático.
De este siglo solo quedan rastros de las prohibiciones eclesiásticas contra las “farsas, auto comedias y representaciones sin licencia del prelado o su provisor”, quedando como evidencia de la situación particular de las mujeres, las declaraciones del Arzobispo Fray Domingo Fernández de Navarrete, quien dice:

“En las comedias hay otro abuso trabajoso

Y es que para las mujeres se hacen de noche Y suelen durar hasta las nueve. No se pueden Esperar buenos efectos de estos concursos”.
Pedro Henríquez Ureña también nos cuenta que durante el siglo XVIII tampoco hubo ningún texto que nos muestre la existencia de un teatro significativo en Santo Domingo. Según él, creyó ver una obra durante su adolescencia entre los papeles de su abuelo, Nicolás Ureña de Mendoza, con letra del siglo XVIII, haciendo constar que en 1771 se representaban comedias en el Palacio de los Gobernadores, cuando lo era José Solano.

Aunque no queda ninguna evidencia escrita de estas obras, sí se sabe por Pedro y Max Henríquez Ureña, que estas se llevaban a cabo en casas de familia, particularmente en la residencia de doña Rafaela Ortiz, “dama inteligente acostumbrada a los goces inocentes de la sociedad”

Tanto la prohibición, u orden de segregar las comedias para las mujeres, como el disfrute de estas solo de “goces inocentes” de la sociedad, no dan una idea del papel de las mujeres en la comunidad, así como de su relación con lo que para ese entonces se definía como teatro.

Una rápida, y por ende superficial, síntesis de la época colonial con relación al teatro, nos permite concluir que el Entremés de Llerena es el texto fundamental del período; gran parte del entonces llamado teatro de la colonia tuvo características religiosas y se utilizaba para evangelizar; y que existía un teatro “profano” que como espectáculo estuvo ligado a las incipientes costumbres manifestadas a través de los bailes, cantos y mascaradas, del período de la fiesta, si se puede clasificar como tal. En algunos momentos de la colonia se pretendió superponer en teatro estructurado, o externo (durante la ocupación francesa, por ejemplo), pero este no progresó.
Se puede concluir, además, que de acuerdo con las costumbres de la época, las mujeres fueron representadas como correspondía a su papel en la sociedad: o vilipendiadas como fuente del pecado original, o protegidas como el animal doméstico responsable de la procreación y supervivencia de la especie, y su socialización.

SIGLO XIX

Es una mujer, Rosa Duarte, hermana del padre de la patria Juan Pablo Duarte, la mejor cronista de oa que pasa con las artes dramáticas en el siglo XIX, cuando el teatro es utilizado para propagar las ideas independentistas. Según ella, los integrantes de la Sociedad La Filantrópica crearon una sociedad dramática llamada La Trinitaria, con el fin de montar obras eminentemente políticas, propagandísticas y concientizadoras.

La inexistencia de una tradicionalidad en el teatro, y la carencia de una literatura dramática escrita, excepto del Entremés de Llerena, hizo que siempre se montaran obras extranjeras, lo cual también se debía a la presión del Gobierno haitiano (que en ese entonces ocupaba militarmente la isla), por lo que la obra más representada por La Trinitaria se llamó Bruto o Roma Libre, representando Roma a Haití.

En este período sí se registra ya un cambio en la situación tradicional de las mujeres frente al teatro, ya fuere como anfitrionas (las obras se representaban en el patio de doña Jacinta Cabral), o como espectadoras. Por primera vez son consideradas como sujetos actuantes o participantes en las obras, lo cual no implica que hubiese un cambio con respecto a la imagen que de ellas se seguía propagando, como prototipo de la virtud o el vicio. Pedro Sánchez Troncoso señala en este sentido que en la sociedad La Trinitaria “para los papeles femeninos los actores tenían que elegir entre sus novias, hermanas y amigas”.

Reflejo de la superestructura ideológica de la clase media (dado el comportamiento colonialista y aristocratizante de la burguesía dominicana), el teatro de la Sociedad Dramática La Trinitaria, no pasó de ser un trasplante cultural que en realidad no contribuyó al nacimiento de una tradición teatral netamente nacional o popular.

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