Nacionales Sociedad

El fracaso de la separación de 1844

Written by Debate Plural

Diógenes Céspedes (Hoy,  4-12-10)

 

En el artículo anterior oímos y vimos los diferentes rasgos distintivos que constituyen una nación. Pero de todos ellos hay uno que determina a los demás, y sin el cual no hay ni siquiera inicio de construcción de la nación: Es el de la inclusión, participación y toma de decisiones políticas de la categoría del pueblo en el nacimiento de la nación moderna opuesta a la nación tal como esta era entendida en el Antiguo Régimen monárquico (absolutista o no) donde el poder del rey dimanaba de Dios ante quien era únicamente responsable de sus actos. En la nación moderna la soberanía reside en el pueblo. El pueblo otorga el poder a los gobernantes y también se lo revoca y si estos le tiranizan, tiene derecho a la insurrección armada.

Así está teorizado por Juan Jacobo Rousseau en “El Contrato social”. Pero ninguna de las actas de independencia de América latina, obra de la élite criolla que desplazó a la estructura de poder del Antiguo Régimen monárquico español, asumió, debido al conservadurismo ultramontano, la categoría del pueblo como eje cardinal de la construcción de las nuevas repúblicas independientes.

Santo Domingo no sería una excepción, si bien el primer movimiento independentista contra España, encabezado por Núñez de Cáceres en 1821, fracasó al no incluir al pueblo y al no abolir la esclavitud. Fracaso que permitió que Boyer y el partido prohaitiano, que era muy activo desde la venida de Toussaint a la parte Este en 1801, llegaran a un acuerdo de unión de las dos partes de la isla, pacto que duró hasta el 27 de febrero de 1844. El hecho de que Santo Domingo se liberara de Haití en esa fecha y asumiera el nombre de República Dominicana no es motivo para que no figure, con sus actas de separación de 1821 y 1844 en el libro titulado “La independencia de Hispanoamérica. Declaraciones y Actas”. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 2005. En dicha obra se observa también igual falla con respecto a Cuba, pues no por ser tardía su independencia de España, debe excluírsela, sobre todo porque el presentador, David Ruiz Chataing, ilumina muy bien lo que significó la exclusión del pueblo para el proceso de la construcción de la nación en América hispana.

Dice el presentador: “La patria, la religión y el rey (…) eran uno en el sentimiento de la aristocracia criolla.” (p. X) Esa aristocracia criolla es la que proclamará, en toda América latina, la independencia de España. ¿Y cuál era su concepción del pueblo, pese a haber estallado dos grandes revoluciones que le incorporaron en la construcción de la nación, es decir, los Estados Unidos de Norteamérica y Francia?

Dice Ruiz Chataing al explicar el intento de la aristocracia criolla de realizar “revoluciones conservadoras”: “…es necesario puntualizar que se trató por todos los medios que los ‘cambiamentos’ que se realizaron los dirigiera la gente ‘honorable’, evitando así la participación de la de baja estirpe. Cuando en estos documentos se habla de ‘pueblo’, de quiénes pueden ejercer la ‘ciudadanía activa’, se refiere a quienes sabían leer y escribir, y en general poseían un mínimo de bienes o una profesión liberal y tal como está expresamente manifestado en los documentos oficiales de la época que no padecieran servidumbre ni fuesen de infame origen. Cuando se usa la palabra ‘pueblo’ incluyendo a los de humilde origen, se hace con reservas y desprecio, alertando de los peligros de su intervención en los asuntos públicos. A veces se aludía al pueblo con una actitud condescendiente.” (Ibíd.) Es el conocido paternalismo de las clases dominantes con respecto a las populares y que, merced a una panoplia ideológica, les permite dominarlas hasta el fin de los siglos, si estas no reaccionan.

En efecto, en el caso de la República Dominicana, estas ni fueron incluidas en el proyecto de nueva nación ni tampoco han reaccionado hasta el día de hoy. Esa ausencia de acción no se debe a que sean ignorantes ni indolentes, haraganas, individualistas, enemigas del trabajo, enfermizas, raquíticas, como las han descrito los intelectuales ancilares del Poder de la aristocracia criolla, transformada en oligarquía dominicana (financiera, terrateniente, industrial, agroempresarial y a ratos narcotraficante y lavadora de dinero). No, no se debe a nada de eso, sino a lo que Américo Lugo diagnosticó desde 1913 y que le repitió a Horacio Vásquez en su famosa carta de 1916, y se lo reiteró a Trujillo en dos cartas más de 1934 y 1936: “La falta de cultura política del pueblo no le ha permitido hasta hoy transformarse en nación.

Esta supone un pueblo que tiene conciencia de su comunidad y unidad: es el pueblo organizado y unificado. El Estado Dominicano, fundado sobre un pueblo y no sobre una nación, no ha podido subsistir sino en condición de farsa o parodia de los Estados verdaderos, o de comedia política ya ridícula, ya trágica, según las circunstancias.” (Julio Jaime Julia. Antología de Américo Lugo. Taller, 1977, p. 126).

Sin conciencia política, de comunidad y unidad, ¿hacia dónde vamos? Lugo responde: “Hemos sido siempre un pueblo dirigido por el despotismo; jamás nación gobernada por un Estado. No hay Estado posible donde el pueblo no haya adquirido la conciencia de su comunidad nacional, es decir, de su unidad personal. Sólo elevándose a esa conciencia se convierte en nación y, entonces, como ocurrió, por ejemplo, en los Estados Unidos de América, el Estado que organiza es un verdadero Estado.” (Ibíd.) Postulo que también es necesario poseer, hoy, conciencia de clase y conciencia de ser sujeto y, por último, una X (incógnita de otros tipos de conciencia).

¿Qué hacer ante esta realidad, con matices más institucionalistas en América latina (Brasil, Chile, México, Argentina, Costa Rica, Uruguay), o con matices más caricaturescos en Centroamérica y el Caribe, particularmente en Haití y la República Dominicana? Lugo condiciona la solución al problema: “Nosotros no llegaremos a constituir nunca un Estado –antes zozobraremos por segunda vez como ya pasó cuando la Anexión-, mientras no se cree esa virtualidad política sin la cual todo Estado es un cadáver y todo pueblo una porción de humanidad fatalmente destinada a caer en el seno de un Estado verdadero.” (Ibíd.)

La situación no sólo es aplicable a la sociedad dominicana, sino a los demás países latinoamericanos, con la salvedad ya hecha, pues la inexistencia de una nación como la entiende Lugo no admitiría, sin castigo ejemplar, una invasión inglesa a las Malvinas, las dictaduras militares argentina, chilena, uruguaya o el robo de 1.4 millones de kilómetros cuadrados a México por parte de los Estados Unidos, o la imposibilidad de la República Dominicana de controlar la incursión en su territorio, impunemente, de 200 vuelos realizados por avionetas que traen drogas al país.

A este respecto Lugo dice: “La incapacidad política para convertirnos en nación, hace que nuestras constituciones sean letra muerta. La constitución es la expresión de la unidad y de la voluntad pública; y las nuestras son mera expresión de una generalidad, sea mayoría, sea minoría, y, por tanto, de la voluntad popular, la cual nunca puede ser pública, mientras no se transforme en voluntad nacional.” (Ibíd.)

Hay que dejarse de estar repitiendo, ante los argumentos de Lugo, que ya en los siglos XVII y XVIII, había atisbos claros de una conciencia nacional en virtud de los rasgos del concepto de nación del Antiguo Régimen monárquico, es decir, territorio, raza, religión, idioma y cultura. Hablo aquí, como Lugo, de los rasgos de la nación moderna que surge en el siglo XIX en América latina y cuyos resultados son la estigmatización y exclusión del pueblo, el primado del interés privado sobre el interés público, el patrimonialismo, el clientelismo, el autoritarismo, la violencia y el desconocimiento de todos los derechos individuales consagrados en esas letras muertas llamadas Constituciones. En esto ha radicado el fracaso de la Separación de 1844 y de la Restauración de 1865.

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