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Sobre costumbres y tradiciones dominicanas: un aniversario

Written by Debate Plural

José Rafael Lantigua, ex ministro de cultura República Dominicana (D. Libre 21-1-17)

 

TIEMPOS HUBO EN QUE las costumbres inspiraron la cotidianidad de una época. Los modos de vida, las creencias, los episodios del corazón, los nutrientes del alma nacional nacieron de los hábitos ciudadanos –cuando la ciudadanía era aún un sentimiento aldeano, sin resplandor- y crearon una filosofía popular de la que se sirvió, por largas décadas, la nación en cierne.

La tradición reflejaba entonces una forma de percibir la realidad circundante, nunca más allá de lo cercano, de lo que rodeaba el diario vivir compuesto de acciones rutinarias, donde la sensibilidad se alimentaba de las cosas simples, de la vida sencilla. El mundo, incluso el mundo geográficamente más próximo, el de la propia tierra compartida, era un territorio lejano, apartado del quehacer de cada día donde solo tenía morada el instante, lo vivido al momento. Todo lo demás era ajeno, distante, tierra ignorada, tal vez solo soñada sin mayores certezas.

El país dominicano era aldea. En su ruralidad campeaba la llaneza, la ingenuidad, los tiempos lentos, la democracia de la pobreza y los pesares acogidos como lecciones del destino. Todo era rural, hasta las ciudades, acúmulo de incultura, de saberes empíricos, de obligadas holgazanerías, de quebrantos sociales sin redención, de una pelonería amplia que abarcaba cada rincón isleño. Todos eran urbanitas porque distribuían la vida en la grata pereza, en el soponcio de las horas, en la terca abominación del progreso. No había para más ni era más. La sosería era la norma. La costumbre, ley.

Para mediados de los años veinte la República apenas tenía ocho décadas de existencia. Era poco y era mucho. Aún se necesitaba soltar amarras, expandir criterios y normas, salvar circunstancias. Era tiempo ya de ir creando nuevas beatitudes. La patria montonera comenzaba a rendirse. El “culto de la guapeza original que perfiló una larga época” se desmoronaba. Era una de las malas costumbres que, como otras ya, comenzaban a extinguirse. En las sombras, sin embargo, fanfarroneaba el rufián. El país tenía aún que pagar algunas culpas.

En 1925, Ramón Emilio Jiménez se hizo cargo en su natal Santiago de los Caballeros de la dirección de “El Diario” que, a pesar de su nombre, era un semanario. Cada sábado escribía unas deliciosas viñetas que retrataban fielmente las tradiciones del país rural de esos tiempos. “Cuadros de costumbres” llamó el poeta y educador a sus escritos deleitosos, con una prosa sin excesos, limpia. Dos años después, 1927, recogió aquellos artículos breves en libro y lo dio a la estampa bajo el título Al amor del bohío. Ese libro salvó para la posteridad el conocimiento de una época, de sus latidos y vivencias, de sus temores y supersticiones, de sus angustias y decires. Como el mismo autor definiera sus trazos costumbristas, no exentos de humor, los mismos constituían “la suma de hechos perfiladores del temperamento y del carácter del alma dominicana”.

Su relectura hoy, noventa años después, es un paseo por esa estancia rural que fue la patria dominicana de inicios del siglo veinte y es, al mismo tiempo, el albur de los episodios desazonados, mostrencos, lóbregos, de una ruralidad terciada a puño y machete que, a su vez, se gozaba en el festejo de lo simple, en el alborozo de lo llano, apegado a emotividades sin rebuscamientos concentradas en el romanticismo sereno, en “la roja actividad de los fogones”, en el recato de la mujer en desposorio, en la frivolidad ingenua, en la sobrevivencia encarnada. Allí, donde la superstición era el canon y el habla un simposio de sabiduría con el acento entrañable del aguaita, del taita, del quereite y del ay jesú.

Era entonces culto de fraternidad el vecindario, rito de superstición el mortuorio donde las comadres durante el novenario de rezos se encargaban de las ocupaciones domésticas para que los dolientes cumpliesen su “misión de lágrimas” que “la pena es sagrada y debe estar revestida de solemnidad”. Tiempos donde el “bozo” era la medida del respeto del hombre, el refrán ciencia y sapiencia, y la cortesanía campesina un acto para resolver conflictos, que en la ordinariez de la rutina diaria tenía cabida también la fineza del trato acogedor.

El campesino era entonces astrónomo; se obligaba a observar y aprender el movimiento de los astros y de los fenómenos celestes para poder ordenar los periodos de sus labranzas. Las cabañuelas eran el pronóstico del comportamiento atmosférico –lluvias y sequías- durante todo el año, y como el tiempo corría lento había espacio para el convite casero, de esquina o de comarca donde se celebraba la chirigota, el rumor, la ocurrencia. La terapéutica popular era el vademécum para consultar la medicina curativa de las enfermedades comunes de la época: contra el raquitismo, manteca de culebra; contra la disentería, un menjurje de semilla de aguacate; contra el mal de orina, tisana de grillo; contra el orzuelo, un rabo de gato negro; contra el mal de ojo, el azabache y para las paridas que dan poca leche el té de hoja de ramón. Han de ser mencionados los quebrantos del estómago que tenían su propia clasificación, entre ellos algunos que perduran, el ajilibrio y el jerbedero, eso que hoy llaman reflujo y hernia hiatal y que decían curarse con dos hojas de tabaco puestas en cruz sobre el vientre, una infusión de orégano y –la peor- el excremento de perro, seco.

Ramón Emilio Jiménez no dejó costumbre ni tradición sin auscultar. Y las describió con una suma de detalles que permiten hoy reconstruir la historia de esa época que él, ya para 1927, estaba comenzando a ver morir. Algunas de ellas sobrevivirían por algunas décadas más. La lavandera criolla, el cargador de agua, el canto de la mediatuna, las juntas (las juntaderas de los millenials de nuestros días), el juego de gallos, el montero, la escuela antigua, los sancochos nocturnos, el fabricante de ataúdes, los recueros y los físicos, estos últimos que llamaríamos luego finodos, personajes que adicionaban la ese en forma de apéndice de las palabras, “cola silbadora” que acompañaba a los afectados de esta desviación verbal. Y son más, muchos más. Personajes, hábitos, estilos, rutinas, oficios, términos como el Ultimamente! en cuya “sombría gravedad exclamatoria” llegaba presta “la voz ejecutiva del lance personal”, la “chispa sobre el polvorín del escándalo”.

Aquellos artículos semanales de Ramón Emilio Jiménez, recogidos en libro memorable, reconstruyeron una heredad y sus matices, legando a la bibliografía dominicana uno de sus textos de más afectuoso encanto y de mayor profundidad en el conocimiento de la idiosincrasia criolla de antaño, algunas sobreviviendo aún en la ruralía, otras ya con sus actas de defunción amarillentas.

Alguna institución estatal o privada debiera realizar una edición conmemorativa de esta obra que cumple en este 2017 su noventa aniversario de publicación.

Al amor del bohío
Al amor del bohío

Tradiciones y costumbres dominicanas

Ramón Emilio Jiménez

[Primera edición. Editora Montalvo, 1927. 301 págs. (Edición original)]

Prodigioso retablo de las costumbres dominicanas, en textos cortos magistrales de la pluma de uno de nuestros escritores costumbristas más valiosos y eficaces.

La patria en la canción
La patria en la canción

Ramón Emilio Jiménez

[Ediciones Ferilibro, 2016. 112 págs.]

El poeta con profundas raíces en el ser nacional que fue Ramón Emilio Jiménez escribió estos versos para que se convirtieran en canciones que cantaran nuestros niños y jóvenes en las escuelas.

Cosas añejas
Cosas añejas

César Nicolás Penson. Prólogo: José Alcántara Almánzar

[Editora Taller, 1982. 331 págs.]

Comparada en su momento con las “Tradiciones peruanas” de Ricardo Palma, este monumento de la literatura nacional rescata el pasado y las tradiciones de la sociedad dominicana desde la visión de un hombre del siglo XIX.

El montero
El montero

Pedro Francisco Bonó

[Editora Cole, 2001. 98 págs.]

Una de las figuras centrales del pensamiento nacional, reconstruyó en esta narración la figura del montero, y con él de las costumbres más distintivas de la ruralía dominicana, en medio de las luchas políticas y guerreras del siglo XIX. Publicada originalmente en Madrid, en 1856.

Mitos, creencias y Leyendas dominicanas
Mitos, creencias y Leyendas dominicanas

Guaroa Ubiñas Renville

[Ediciones Librería La Trinitaria, 2000. 394 págs.]

Leyendas y creencias extraídas del imaginario nacional reunidas en un volumen que nos permite adentrarnos en el conocimiento de lo mágico y de lo mitológico dentro del ancho universo cultural dominicano.

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