Nacionales Politica

Las raíces de nuestros males

Written by Debate Plural

Diógenes Céspedes (Hoy, 13-7-13)

 

¿Quién le hubiese dicho al Dr. J. R. Hernández que a 49 años de su advertencia a los choferes agrupados en el sindicato Unión Nacional de Choferes Independientes (UNACHOSIN) de que si abandonaban su misión de defender las conquistas de sus miembros y se convertían en fuerza de choque de los partidos políticos que intentaban derrocar al Triunvirato corrían el riesgo de desaparecer víctima de los mismos políticos?

Esta advertencia profética fue la cuarta que su oído atento a las luchas sociales del país formuló en el artículo que publicó en el “Listín Diario” del 5 de mayo de 1964, once meses antes de que el Triunvirato fuese derrocado por una poderosa coalición de fuerzas partidarias. La integraban los partidos Revolucionario Dominicano y Revolucionario Social Cristiano unidos por el Pacto de Río Piedras. Los sindicatos (el principal de ellos, UNACHOSIN); fuerzas militares (las que asumirán el mando de la insurrección el 24 de abril de 1965); opositores socialistas y comunistas (los que participarán activamente en la guerra, convertida en guerra patria luego de la intervención militar norteamericana).

También participaron diversas organizaciones profesionales, estudiantiles, elementos de la juventud del partido balaguerista que se sintieron afectados por la prohibición del Triunvirato a que Joaquín Balaguer regresara al país para participar en las elecciones que Donald Reid Cabral había programado para septiembre de 1965, pero visualizándose él mismo como único candidato; un conjunto de ciudadanos de las diferentes provincias que se sintieron amenazados por la represión policial y militar que llevaba a cabo el Triunvirato en el país y que luego, en su mayoría, vinieron a integrarse en los llamados comandos provinciales instalados en el sector que luchó por la vuelta a la constitucionalidad sin elecciones.

Lo que ocurrió luego de la derrota política de los constitucionalistas, forzados por su escaso poderío militar a firmar un acuerdo el 3 de septiembre de 1965 para poner fin al conflicto, está en los principales libros escritos acerca del tema y que, para sintetizar, reduzco a dos autores, sin menosprecio a los demás, en razón de que estos brindan la estrategia política de los norteamericanos, con Lyndon Johnson, la CIA, el FBI y el Pentágono a la cabeza, para acabar el embrollo en el que se metieron y colocar en el poder a Balaguer: Tres de Bernardo Vega: “Cómo los americanos ayudaron a colocar a Balaguer en el poder en 1966”.(SD: Fundación Cultural Dominicana, 2004),“El peligro comunista en la revolución de abril, ¿mito o realidad?”(SD: Fundación Cultural Dominicana, 2006) y “Negociaciones políticas durante la intervención militar de 1965” (SD: Fundación Cultural Dominicana, 2012) y de Piero Gleijeses, “La esperanza desgarrada. La rebelión dominicana de 1965 y la invasión norteamericana”  (SD: Búho, 2011).

Derrocado el Triunvirato, Balaguer llegó al poder en 1966 con la encomienda de reducir a cero las actividades de los partidos políticos, eliminar a los líderes altos, medios y básicos que participaron en la insurrección de abril, exterminar los sindicatos, corromper a los líderes estudiantiles y profesores de la Universidad Estatal, pero acantonándoles siempre al reducto del campus, pues traspasar esos linderos significaba arriesgar la vida, como en efecto ocurrió muchas veces a varios estudiantes. Deportar, perseguir o matar a los dirigentes de izquierdas que se significaran como opositores irreductibles y partidarios de la vuelta a la guerra para implantar el socialismo o el comunismo en el país, exterminio de los dirigentes constitucionalistas que tuvieron participación sobresaliente en la guerra patria y una política de exilio político voluntario hacia los Estados Unidos aprobado por los Estados Unidos a fin de descomprimir la presión demográfica y económica con que Balaguer llegó al poder, a fin de permitirle la gobernabilidad.

En el contexto-situación de este apoyo total de los Estados Unidos y con la estrategia política de exterminar todo vestigio de oposición política, sindical, estudiantil o de lo que fuere, adquiere lógica y sentido la permanencia de Balaguer durante doce años, reeligiéndose continuamente con los métodos diseñados por los asesores políticos y militares norteamericanos que provocaron la abstención del PRD y aliados en las elecciones de 1970 y 1974.

Cuando ya el desgaste de Balaguer era evidente y la geopolítica norteamericana en el Caribe había cambiado con Carter en la presidencia de los Estados Unidos, y convencidos los políticos de aquel país de que el PRD sin Juan Bosch como su máximo dirigente no ponía en peligro los intereses de  los inversionistas estadounidenses, entonces le abrieron el grifo del poder a un candidato del PRD, Antonio Guzmán, en 1978, y toleraron otro candidato en 1982, Salvador Jorge Blanco, quien gobernó hasta 1986 cuando Balaguer, ante el desastre económico y la corrupción, volvió al poder para establecer a partir de ahí un bipartidismo que dura hasta hoy, pues en 1996, ante la crisis profunda del Partido Reformista, este, para sobrevivir, se vio obligado, hasta hoy, a ser bisagra del Partido de la Liberación Dominicana para entonces políticamente más aséptico y más corrupto que el PRD, pero que el dominio de los medios de comunicación  le permite vivir de la apariencia que cultivó, con Don Juan, de partido serio, honesto, capaz e incorruptible.

Con este panorama que va de 1966 al presente asistimos a la caída del bloque soviético y a una crisis sin precedentes del capitalismo y la instauración del neoliberalismo a escala planetaria ha permitido, para su rentabilidad, la eliminación de los sindicatos y de cualquier fuerza de tipo reivindicativo que trate de apropiarse, aunque sea exigua, de parte de la plusvalía absoluta que el capitalismo salvaje extrae a los explotados del mundo.

Este trabajo de destrucción de los sindicatos, más patente y dramático en países subdesarrollados, lo comenzó Balaguer sin saber hacia dónde se encaminaba, ya que lo único que le importaba era permanecer indefinidamente en el poder. La tarea la continuaron el PRD y el PLD, pero el golpe mortal a toda idea de la existencia de sindicatos lo asestó el PLD cuando destruyó el emporio de empresas estatales y lo vendió, en ese rápido y violento proceso de acumulación originaria, a sus propios funcionarios y aliados, aunque ya la aplicación de políticas neoliberales exigía la inexistencia de sindicatos como condición previa al modelo de inversión de capitales extranjeros en nuestro país y en cualquier otro, subdesarrollado o no.

¿Desaparecieron nuestros sindicatos y sus dirigentes? No, se reciclaron gracias a la connivencia con los sucesivos gobiernos reformistas, perredeístas y peledeístas y lograron acumular inmensas fortunas, se convirtieron en empresarios del transporte público y dejaron en la estacada, como lo profetizó el Dr. Hernández, a los pobres afiliados a esos sindicatos cuyos líderes se convirtieron en políticos clientelistas y patrimonialistas exitosos. Una parte de estos sindicalistas se ha convertido en burócratas que medran, con sueldos lujosos, a la sombra de instituciones cuya ley exige la participación tripartita obrero-patronos-gobierno, verbigracia, la Superintendencia de Pensiones (SIPEN),  DIDA, INFOTEP y ARL, donde estos antiguos sindicalistas “representan” a los obreros que cotizan en la Seguridad Social. Hoy algunos de estos sindicalistas son verdaderos nababs y poseen intereses tan complejos que van desde la propiedad de universidades hasta curules, institutos y empresas de importación y venta de productos diversos.

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