Nacionales Sociedad

La isla: el fracaso permanente

Written by Debate Plural

Diógenes Céspedes (Hoy, 8-1-11)

Las opiniones de los grandes intelectuales dominicanos acerca de la inexistencia de la nación dominicana no son pesimistas, como a menudo se les tilda por haberse dedicado a pensar acerca de la especificidad de nuestra sociedad, la cual, a pesar de que tiene casi dos siglos de fundada como república no da signos de levantarse como Estado nacional institucionalizado y que marque un rumbo histórico de claro liderazgo en el Caribe.

Los políticos y sus fracciones burguesas y pequeño burguesas altas, así como sus capas de intelectuales ancilares, al no poseer respuestas claras acerca de esa inviabilidad de la nación dominicana, recurren, para evitarse todo esfuerzo de pensar, a estigmatizar de pesimistas a los intelectuales que se han tomado en serio la tarea de examinar, desde la raíz, nuestro malestar político, histórico, cultural y sicológico.

La tarea de los intelectuales que aspiran a seguir la senda de Américo Lugo, Rafael Augusto Sánchez, Pedro A. Pérez Cabral, Francisco Eugenio Moscoso Puello, Juan Bosch y otros que han abordado el problema de la inexistencia de la nación dominicana o sus dificultades para cuajar en un Estado nacional, no es hoy la de ser optimistas o pesimistas, sino la de seguir profundizando en el análisis radical de por qué, aparte de los señalamientos de Lugo, no hemos podido acceder a esa categoría de Estado nacional. Tanto el pesimismo como el optimismo son dos ideologías inmovilizadoras y racionalistas que escinden el problema en un dualismo del cual no hay salida.

Cuando Rafael Augusto Sánchez y Pérez Cabral estudian la sicología de los sujetos dominicanos y la asocian a un mecanismo de defensa que el criollo debió asumir ante la violencia de los descubridores y colonizadores, ejercida desde 1492 hasta 1821, no lo hacen por simple placer heurístico o hedonista de quedarse en esa simple constatación, sino que operan en su pensamiento una conducta orientada a que el sujeto dominicano cambie sus actitudes y se comprometa de una vez por todas con un proyecto nacional en el cual le va la vida y que de no hacerlo permanecerá, hasta la eternidad, en un estado vegetativo como el que actualmente padece la sociedad dominicana.

No se le culpa en esos análisis de haber desarrollado hasta el paroxismo un egoísmo y una esquizofrenia paranoide que le obligan a recelar de cualquier proyecto colectivo o social como es el de la creación de la nación, sino también a ver con ojeriza toda responsabilidad, amor al trabajo creador de riquezas y a ver en el prójimo un enemigo encubierto que desea destruirle para apropiarse de lo suyo.

Ese sentimiento de depresión que siente el sujeto dominicano ante el cumplimiento de las leyes y la invitación a unirse a la creación de proyectos colectivos los hereda no solamente de la violencia a la que fue sometido por más de tres siglos, sino también de la constatación empírica de las decenas de fracasos de las dos partes que se divide isla, desde la llegada de los españoles y franceses hasta hoy.

Para la parte oriental, que es la que nos interesa, esos fracasos pueden enumerarse de la siguiente manera, a sabiendas de que se me quedarán algunos: el fracaso de la isla como empresa comercial española al quebrar en 1575 la industria azucarera, sumir en la miseria a los habitantes y obligar a los pequeños capitales a huir a Cuba y Tierra Firme, donde lograron prosperar.

Este estado de miseria y violencia duró hasta 1795, año en que la parte este de la isla comenzó a levantarse de aquel letargo; el fracaso militar de España frente a Francia, y a esta última monarquía, en pago, le traspasó en 1795, en virtud del Tratado de Basilea, tierra y gente, como ganado; el fracaso de Juan Sánchez Ramírez al reincorporar como provincia de España a la parte este de la isla luego de expulsar a los franceses en 1808.

La ocupación napoleónica de España obró para que Sánchez Ramirez fracasara y se viviera el mismo estado de miseria y violencia hasta 1821 cuando José Núñez de Cáceres y sus aliados terminan con la época de la España Boba, pero antes había fracasado una conspiración llamada de los italianos en contra de Sánchez Ramírez; fracaso de Núñez de Cáceres y unión con Haití al vencer el partido prohaitiano, el cual gobernó sin que se levantara, durante 22 años, un solo regimiento de los comandados por dominicanos. Fracaso de las conspiraciones de los Alcarrizos dirigida por la Iglesia y el arzobispo Pedro Valera Jiménez, y emigración de los conjurados y las llamadas clases de primera.

Ante el ostensible apoyo a la abolición de la esclavitud, que Núñez de Cáceres dejó intacta, la unión con Haití fracasó por la discriminación económica a que el régimen de Boyer sometió a la parte este presionado por la deuda que Francia le impuso para reconocerle la independencia. Dice Rafael Augusto Sánchez que las motivaciones de la Manifestación de 1844 o acta de separación son puramente económicas y que no hay una pizca de nacionalismo ni de principios. El fracaso de esta Separación se produce cuando Santana, sin oposición, reproduce el mismo acto de Sánchez Ramírez y reincorpora a Santo Domingo como provincia de España. Santana había gobernado desde 1844 hasta 1961 con el apoyo de dos los fundadores de la república: Sánchez y Mella, al igual que Buenaventura Báez fue apoyado por Sánchez.

La lucha restauradora en contra de la Anexión triunfa porque incorporó brevemente al pueblo en la gesta, pero tan pronto salió el último español del país en 1865, ya en 1866, ante las desavenencias, fragmentaciones y lucha por el exangüe poder, una fracción de ellos mismos le encargó el poder a Báez. Otro gran fracaso parecido al de la Separación. Se vivirá la terrible dictadura de los seis años y la quiebra de los productores de tabaco del país.

A costa de mucha sangre y penurias terminó con Báez la revolución de noviembre de 1873, pero su líder se convirtió al poco tiempo en dictador, lo cual fue un fracaso. Como fracaso fueron los gobiernos de Espaillat, Meriño y Billini, los cuales dieron paso a la dictadura de Lilís Heureaux (1887-1899), la cual terminó en tremendo fracaso financiero, con pérdida de vidas humanas en el patíbulo y luego el reinicio de la guerra montonera, a la que el régimen autoritario de Cáceres no pudo frenar sino brevemente. Su asesinato en 1911 fue el fracaso total de su política y le dejó el campo a pequeños y siniestros gobernantes como Morales Languasco, Eladio Victoria y José Bordas Valdés. Gran fracaso que termina en otro gran fracaso como fue el de la ocupación militar del país por los Estados Unidos, ya que estos se dieron como justificación de su intervención la construcción de un país capitalista moderno.

Otro gran fracaso: el gobierno débil y corrupto de Horacio Vásquez, el cual cedió el paso a otro fracaso mortal como fue la dictadura de Trujillo, la cual llevó con su violencia al paroxismo  de la esquizofrenia paranoide a la sociedad dominicana. Todas las conjuras en contra de esta dictadura fracasaron: Cayo Confites, Luperón, 14 de Junio dos veces. La conjura del 30 de mayo de 1961 triunfó parcialmente porque eliminó a Trujillo, pero falló en tomar el poder político. Luego, fracaso del Consejo de Estado, de Bosch, del Triunvirato, del levantamiento de las Manaclas, de la guerra de abril de 1965, de los 22 años de Balaguer y de Caamaño en Playa Caracoles, de los tres gobiernos del PRD y de los tres gobiernos del PLD.

Al quedar excluido el pueblo dominicano de la participación en el proceso de construcción de la nación, el clientelismo, el patrimonialismo y la corrupción son la explicación de nuestro propio fracaso histórico y político.

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