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Haciendo memoria sobre hechos y casos de corrupción en República Dominicana (XIX)

Written by Debate Plural

El síndrome Pinocho

Hamlet Hermann (Hoy, 13-9-09) 

Si alguien decidiera escribir un libro sobre el discurso de los funcionarios públicos, le sugeriría pusiera como título El Fruto del Pino. En italiano se traduciría como Pinocchio, el ojo del pino, lo que viene a ser la nuez o fruto del árbol.

Además, Pinocchio no es otro que el muñeco de madera tallado por el ebanista y escultor Geppetto en el cuento infantil de Carlo Collodi. Pinocho, tal como le llamamos en castellano, simboliza la mentira. Cada vez que mentía, le crecía la nariz.

Así que razones hay más que suficientes para llamarle Síndrome Pinocho a los síntomas que pongan en evidencia la desenfrenada tendencia a mentir que tienen los funcionarios públicos dominicanos. Parecería como si ser mentiroso fuera una de las principales condiciones para optar por un cargo electivo o por una posición gubernamental. Esos surgen a la vida pública enemistados con la verdad y con la transparencia. Es irrefrenable su vocación de torcer la verdad, aún cuando, en algunos momentos, pudiera beneficiarles ser honestos y transparentes. Temen a la verdad porque no la practican.

El grave dilema de esos políticos es que, a menudo, no pueden recordar las mentiras que dijeron la ultima vez que hablaron y caen en contradicciones de donde dije digo dije Diego. Llegan hasta creer en sus propias leyendas, como buenos mitómanos.

Si hablan del estado de la economía nacional, saltan desde la mentira de que estamos blindados ante la crisis financiera mundial, a “ya lo peor pasó”, para finalmente confesar que deben firmar con el Fondo Monetario Internacional para rescatar la estabilidad. Después de tantas mentiras, cuando al final tienen que admitir la realidad diciendo la verdad, ya no les queda credibilidad para respaldar sus planteamientos. Estos funcionarios son tan falsos en su naturaleza que ya no aciertan a descubrir que lo que piensan es justamente lo contrario de lo que dicen.

En República Dominicana la mentira ha dejado de ser una categoría moral para convertirse en el principal soporte de la administración del Estado. El torcer la verdad se ha convertido no sólo en costumbre de los funcionarios sino en sustituto de la ideología y la visión política que alguna vez deben haber tenido. Mentir se ha convertido en norma de Estado y las narices de la falacia les han crecido a muchos por el desayuno escolar, por el nepotismo en los empleos, por el valor y la tarifa del Metro, por las comisiones en compras del Estado, así como por los presupuestos abultados en las obras públicas que se empiezan a construir sin contar con los estudios necesarios.

Hiede a lo peor el hecho de que los funcionarios que son designados o elegidos para regular y supervisar los fondos recaudados a través de los impuestos, sean los principales malversadores. Es como si pusiéramos al hurón a cuidar los huevos del gallinero.

El diputado al Congreso por Puerto Plata y dirigente del Partido de la Liberación Dominicana ha reclamado que no se dé tanta libertad a la prensa en cuestiones del manejo de los fondos públicos. Llega hasta el exabrupto de clamar porque se modifique la ley de libertad de información pública. Asombra esta petición, pero no es el primero que lo hace. Apenas un par de años atrás Diandino Peña se resistía a dar las informaciones relacionadas con la construcción del tren urbano llamado Metro. Dura lucha en los tribunales costó que entregara unos documentos que nunca tuvo y prolongó.

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