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Crónicas del tiempo: Ramón Cáceres Vásquez (Mon) (2)

Written by Debate Plural

Rafael Núñez (D. Libre, 6-7-15) 

 

Antes de entrar a identificar los avances y desaciertos en la administración de Ramón (Mon) Cáceres Vásquez, resultaría enriquecedor que nos adentremos en conocer lo que fue la situación socioeconómica en las décadas previas a su llegada al poder para tener una idea del país que heredó.

El primero de septiembre de 1880 se juramentó como presidente de la República el primer sacerdote electo libremente para dirigir el Estado: Fernando Arturo de Meriño, que fue seleccionado por el Partido Azul, liderado por Gregorio Luperón, para esa posición.

Para el año de la elección del padre Meriño, el profesor Juan Bosch lo marca como el inicio de la tercera etapa de la producción azucarera dominicana, que coincide en lo adelante con una época de estabilidad política y florecimiento económico, propicia para que

“el país fortaleciera su autoridad de modo que fuera respetada por todos sus habitantes, no importa”,

como señala Bosch,

“si los jefes políticos eran patriotas o ambiciosos vendepatrias”.

Aquella condición pre capitalista que vivimos en las postrimerías del siglo XlX, sumada a varias décadas de un estado perpetuo de guerra en el país, era propicia para avanzar como nación, pues pasamos a tener empresas dedicadas a la producción y exportación de azúcar.

Ese mismo año, hubo una producción de 80 mil quintales, esto es 4 mil toneladas cortas. A los dos años, la administración del padre Meriño dio paso al gobierno de Ulises Heureaux (Lilís), bien valorado por la opinión pública y los ciudadanos, y éste, a su vez fue relevado por las presidencias de Francisco Gregorio Billini (1885) y Alejandro Woss y Gil (1885-1886). Heureaux volvería desde el 6 de enero de 1887, hasta el momento de su muerte, 26 de julio de 1899.

Es en ese dilatado período que Heureaux imprime su estilo brutal de gobernar la nación por 12 años, generando una especie de frustración y desconcierto en los pobladores urbanos y rurales.

Su valor personal era innegable, su crueldad y el miedo que generaba entre los ciudadanos fue patético, pues en las conversaciones improvisadas en las alcobas bajo los mosquiteros, la queja era casi unánime: el tirano parece que había capado al pueblo dominicano.

Esta fue una expresión murmurada por lo bajo porque el propio mandatario hacía alardes de estar seguro en el país al que mantenía subyugado, amenazando a hombres de la talla de Horacio Vásquez, a cuya vida le puso fecha de término, al tiempo que se paseaba sin escoltas, no importa la ciudad donde se desplazara.

De las tierras fértiles de Moca surgieron, sin embargo, los valerosos hombres que ejecutaron el primero de los tres magnicidios presidenciales que registra la historia republicana.

A partir de que Heureaux señaló a Horacio Vásquez como su próxima víctima política, es cuando germina la idea en Mon Cáceres de darle muerte al Presidente antes de que matara a su primo. Y es ese magnicidio el que catapultó a Mon Cáceres hacia el liderazgo político nacional.

Aquella amenaza es solo un ejemplo de la opresión desatada por el tirano contra los dominicanos. Esa advertencia de muerte a Horacio Vásquez se convirtió, al propio tiempo, en el acta de defunción de Heureaux y da impulso a lo que después se conoce como la Revolución del 26 de julio.

Para que se tenga una idea de la personalización del ejercicio del poder de Heureaux, cito uno de los hechos espeluznantes cometido por el propio dictador, narrado por el historiador Pedro Troncoso Sánchez, cuando se refiere a los fusilamientos del ministro de Guerra, Ramón Castillo, y del gobernador de San Pedro de Macorís, José Estay.

“Heureaux sospecha -dice

Troncoso Sánchez –

que ambos funcionarios no eran verdaderos partidarios suyos y, diabólicamente, provoca entre ellos una rabiosa enemistad. Así consiguió que cada uno denunciara la traición del otro. Un día se hizo acompañar de Castillo para ir a Macorís y allí dispuso el fusilamiento de Estay con gran aparato. Inmediatamente después de la ejecución, mientras Castillo profería palabras de aprobación a lo hecho, Lilís se volvió a él y le dijo: ahora le toca a usted, compadre”

, y acto seguido le hizo fusilar”.

Todo el dominicano medianamente informado sabía de esa y de otras historias similares, pues quien no se enteraba por las escasas vías formales existentes, le llegaba por el boca oreja, que era el medio de mayor penetración, pues los mismos “recueros”, oficio a que se dedicaba Mon Cáceres, se encargaban de llevar la noticia de pueblo en pueblo.

Y Mon Cáceres, dueño de recuas de animales, sabía como el que más de los abusos de poder de Heureaux. Por eso, desde que fue puesto al corriente por el propio Horacio Vásquez de que había sido amenazado por Heureaux, Mon Cáceres comenzó a maquinar para liquidarlo.

Eran los tiempos de la bancarrota financiera nacional, provocada por el dictador Heureaux, pero de fortalecimiento de sectores oligárquicos.

Mon y Horacio se tenían un aprecio no común entre primos. Eran dos hombres de personalidades diferenciadas. El primero, determinante y valiente, sincero, realista y recto. Horacio: más calculador, el típico político tradicional que acciona según la conveniencia del momento, ambicioso de poder y un poco más conciliador que Mon con sus enemigos. No encontramos en ellos, como tampoco en la mayoría de los generales de la generación del caciquismo, fundamentos ideológicos o de pensamientos que les indujeran a actuar en el terreno político.

Los conceptos de libertad, democracia, justicia social, respeto de los derechos civiles, no estaban incorporados al discurso de la mayoría de estos personajes que integraron el caciquismo militar de la Primera República.

En ausencia de ideas y con un manejo desastroso de la actividad económica, el país no andaba por buen rumbo.

El desastre económico generado por el régimen lilisista no tuvo parangón en la historia. Las “papeletas de Lilís” fueron la triste historia de una gestión financiera onerosa creada por la dictadura. Para el año en que fue ajusticiado el tirano, Emiliano Tejera, José María Leyba y José Gabriel García integraron una comisión que incineró los remanentes de los desacreditados billetes de banco, que fueron retirados de circulación a precios irrisorios. Narra José Gabriel García en

“Compendio de la historia de Santo Domingo”,

acerca del torpe manejo económico del país, especialmente con los acreedores foráneos.

Es precisamente en el Gobierno de Ramón (Mon) Cáceres, en 1907, que toma la determinación de llevar a cabo la Convención de ese año, criticada por intelectuales y sectores políticos de la época. Si el presidente Cáceres, visto en su contexto, no hubiese sido creativo y no tomaba la decisión política de agenciarse los recursos, otro fuera el balance, visto el hecho 108 años después.

Howard Gardner, en su libro

“Mentes creativas”

, presenta un estudio sobre los esfuerzos humanos creativos, donde hace alusión al pensamiento de Sigmund Freud, a propósito de los desafíos de los líderes, y dice:

“Como los militares ante una campaña, resultaba necesario emprender operaciones arriesgadas; poner cercos que pueden no resultar bien; y, en caso de necesidad, tocar retirada, reagrupar, adoptar una nueva estrategia y volver al combate. A veces, los grandes líderes promueven a otros que pueden encargarse de estos pasos: Moisés se benefició ciertamente de las actividades de su hermano Aarón, y Darwin dejó gustosamente al biólogo Thomas Huxley la tarea de hacer campaña a favor de la teoría de la evolución; en la mayoría de los casos, Freud había de hacer de general y también de primer lugar teniente”.

Vista así las cosas, esta Convención de 1907 fue la oportunidad para Ramón (Mon) Cáceres agenciarse los recursos que necesitaba su régimen a los fines de llevar a cabo un amplio programa de reformas y obras de infraestructura, ejecutado en el marco de una exasperación política de un caciquismo que se resistía a morir.

El drama financiero de la República Dominicana fue uno de los principales escollos que tuvo que enfrentar con manos firmes la administración de Ramón (Mon) Cáceres lo que, unido a los disturbios políticos de los generales igualados a caciques, impedía que el país se encaminara por las sendas del progreso y el desarrollo.

El 29 de diciembre de 1905 asumió provisionalmente la presidencia de la República Mon Cáceres. En diciembre de 1906, en el contexto de la guerra de la “Desunión”, Emiliano Tejera, designado ministro de Agricultura e Inmigración, puso de manifiesto su patriotismo al tratar de impedir la intervención de las tropas militares norteamericanas en la ciudad de Santo domingo, por lo que el Ejecutivo se vio compelido a ejecutar el tratado “Modus Vivendi”.

La participación de Tejera en la formulación de la Convención Domínico-Americana de 1907, y del propio Federico Velásquez, ministro de Hacienda, fue el resultado del convencimiento de Tejera de que si no se accedía al pago de la deuda externa era inevitable la intervención de los Estados Unidos en nuestro país, dado el enorme poder acumulado por estos y su creciente influencia en toda América Latina, según narra el historiador José Gabriel García.

El ministro Tejera, dice García,

“estaba persuadido además que la colaboración de la gran potencia del Norte no era desinteresada sino que obedecía al imperativo de contener los poderes europeos en la región. Entendía que si la República Dominicana rehusaba pagar la deuda, los acreedores europeos se verían conminados a ocupar las aduanas del país, lo cual colocaría a los Estados Unidos, los protectores naturales de los débiles países latinoamericanos,

en una difícil situación ya que significaría el fracaso de la Doctrina de Monroe”.

Esa Convención coincide el mismo año que Estados Unidos atravesaba por “El pánico financiero de 1907”, una crisis de la Bolsa de Nueva York que cayó un 51 por ciento como resultado de la corrida de bancos en sociedades fiduciarias, sin ningún tipo de regulación, semejante a la desregulación de las hipotecas que provocó la crisis de 2008.

Esa crisis norteamericana sin duda nos afectaría porque para el año 1899 cuando Mon Cáceres, Jacobito de Lara y Horacio Vásquez dan muerte a Heureaux, Estados Unidos ya compraba el 58 por ciento del volumen de las exportaciones totales del país. Se recuerda que antes de la administración de Mon Cáceres, durante la gestión de Lilís, en 1891, se negoció un Tratado de Comercio,

“por el que se permitía la entrada de los productos a cualquiera de los dos mercados sin pago de derechos”,

de acuerdo con la historiadora Mu-Kien A. Sang en su libro

“Ulises Heureaux, biografía de un dictador”.

De tal manera que la Convención Domínico-Americana, firmada el 8 de febrero, aunque muy satanizada por sectores políticos, intelectuales y eclesiásticos, se constituyó en un bálsamo para el nuevo régimen de Cáceres y la única luz en medio de tanta oscuridad en el panorama económico local y regional.

No fue el deseo de Mon Cáceres de aparecer ante los ojos de sus conciudadanos como un entreguista, al promover la Convención. Si se revisa su programa mínimo de gobierno, se encuentra que éste contempló ratificar el acuerdo establecido en el convenio denominado “Modus Vivendi”, como forma de cumplir con los compromisos de pago de la deuda y preservar la soberanía.

Ese era su propósito, pero las circunstancias se presentaron contrarias a sus deseos. Mediante el “Modus Vivendi”, el gobierno estadounidense tomó las aduanas y las deudas del gobierno dominicano, asignando un 45 por ciento al control de las autoridades locales y con el 55 por ciento se pagaban empleados y los intereses de la deuda.

Los acreedores alegaron, con sobrada razón, que el país había incumplido con los compromisos contraídos, que eran cerca de 40 millones de pesos, pactados mediante el acuerdo de 1906, que serían renegociados para reducirlos. La revisión encontró que la deuda estaba abultada por la administración anterior.

Mediante la Convención de 1907 las recaudaciones de las aduanas se destinaban a los gastos corrientes, el pago de los intereses y amortización de la deuda exterior, mientras el remanente se entregaba al gobierno central para sus compromisos, de manera que bajo esas condiciones, la administración de Theodore Roosevelt (1901-1909) aceptó que el país tuviera acceso a un crédito de 20 millones de dólares, con lo cual Estados Unidos pasaría a tener control de nuestras aduanas, a través de agentes enviados por las empresas acreedoras.

El gobierno de Mon Cáceres, que se inició el l de julio de 1908, fue tomando las medidas necesarias para crear las condiciones estructurales y de infraestructura a los fines de que el país pudiera dar el salto que no había podido lograr debido a su escaso desarrollo material, político e institucional.

Aunque a finales del siglo XlX se produjeron ciertas condiciones económicas para que el país rebasara el pre capitalismo, tal como analiza Juan Bosch en

“Historia dominicana”,

lo cierto es que los hombres que heredaron esa realidad no tenían las condiciones para dirigir ese proceso. Y Bosch lo explica así:

“En los años transcurridos entre la muerte de Ulises Heureaux y la de Ramón Cáceres no podía formarse una generación de hombres diferentes a sus padres, y esos padres estaban vivos todavía a fines de 1911, y lo que es peor, muchos de sus hijos eran peores que ellos, como sucedía en el caso de Luis Tejera”.

Tanto Bosch como el historiador Pedro Troncoso Sánchez concuerdan que durante los seis años de la última etapa de gobierno de Mon, éste tuvo un desempeño en obras de infraestructura y cambios institucionales que, ciento cuatro años después, se pueden enumerar.

Aunque en términos económicos el país no avanzó para la consolidación de una sociedad propiamente capitalista, durante ni después del gobierno de Mon, su régimen, no obstante, dio pasos encomiables como una nueva Ley de Aduanas y Puertos, creó la Dirección –Inspección de Instrucción Pública- y las escuelas primarias; se introdujo el pensamiento hostosiano de la moral social y la sociología; también se fundó el liceo musical y la Academia de Dibujo, Pintura y Escultura y el servicio de estadísticas.

Su gobierno puso bajo control los servicios sanitarios, que estaban a cargo de los municipios, creando la Junta Central de Sanidad, que sentó las bases para la formación de la Secretaría de Estado de Salud Pública. Por ley, Cáceres estableció dos granjas escuelas experimentales destinadas a la enseñanza teórica y práctica de la agricultura e industrias rurales.

Troncoso Sánchez subraya que una se creó en el Cibao y otra en el Sur. Mon Cáceres se cuidó de atender la organización militar y el mantenimiento del orden público. Se conoce el reglamento creado en su gestión sobre jerarquía militar y uniformes; organizó la Guardia Republicana, conocida como la

Guardia de Mon,

que, al decir de Troncoso Sánchez, fue la unión de la Guardia Rural y la Policía Gubernativa.

Mon Cáceres pudo haber sido un general sin grandes luces académicas, aunque tuvo una buena instrucción básica y media, pero mostró tener visión de lo que pretendía y determinación para hacerlo.

Hizo aprobar, además, una ley sobre las funciones de la Policía, el orden y la seguridad interna, el ornato y la higiene, el uso de las armas, reguló los juegos y las rifas, los espectáculos públicos, los mataderos, la crianza de animales. Como narra Bosch, hizo el Malecón de la Capital y se construyeron las principales calles de Santo Domingo, que conllevó también la reconstrucción del Palacio Municipal, frente al parque Colón, conocido hoy como Palacio Consistorial.

Promulgó la ley sobre el funcionamiento de los bancos, tanto hipotecarios y los de emisión, con lo que creó las bases para la organización del Banco Central. Al señalar los avances alcanzados por el país en la administración de Cáceres, Pedro Henríquez Ureña, con 32 años para esa época, se refirió al salto experimentado por el país en los últimos 30 años, que al decir de Troncoso Sánchez, se acentuó en la administración del jinete de Moca.

Asesinado Ramón (Mon) Cáceres, en 1911, el horacismo pierde a uno de los generales de la época con más compromiso con el futuro del país. Aquella muerte agudizó de nuevo el caos, la violencia, la guerra y la destrucción, creando las condiciones para la posterior intervención norteamericana en 1916.

 

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