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Crónicas del tiempo: General Gregorio Luperón (1)

Written by Debate Plural

Rafael Núñez (D. Libre, 31-8-15) 

Nació el 8 de septiembre de 1839 en una familia monoparental. Desde niño tuvo la inquietud insatisfecha de conocer la identidad de su padre. Adolescencia, niñez y adultez fueron etapas de su vida eclipsadas por la misma interrogante: ¿quién es mi padre?

Aunque su paternidad es atribuida a Pedro Castellanos, se entiende que la espada de la Restauración no conoció a su progenitor, ni llevó su apellido, sino el de su madre, Duperón, de origen francés, llevado al español por el propio muchacho cuando fue declarado. De haber sido Castellanos, éste no le dio su apellido.

La actitud asumida desde muy temprana edad, enseñaría que el calor de su padre no le fue indispensable, porque su voluntad inquebrantable para salir adelante, se constituyó en el acero que galvanizó su estirpe de guerrero para acometer las tareas necesarias, dirigidas a que el país recobrara su independencia.

Por las frágiles condiciones económicas de la familia, se vio arrastrado a trabajar a los 12 años para ayudar a su madre de origen inglesa, Nicolasa Duperón, y a sus hermanos (Ramona, Dolores, Bernardo y José Gabriel), dedicados a tareas domésticas y a la venta de dulces, frutas, legumbres y pan.

Su madre, sus hermanos y el propio Gregorio dedicaron su existencia a servir al cristianismo y a trabajar honradamente para subsistir en un medio limitadísimo, en un país que, aunque recientemente liberado del yugo haitiano, era víctima de nuevo de las traiciones de sus propios hijos y del caos reinante debido a las trapisondas políticas de los grupos en pugna por el poder.

Mientras forjaba su temple de futuro soldado restaurador en la segunda mitad del siglo XlX en los aserraderos de los intrincados bosques de Puerto Plata, aquel muchacho que bregaba con los cortes de madera, ignoraba lo que le depararía el futuro inmediato.

Su patrón, quien le da la oportunidad de probar las dotes de trabajador disciplinado, valiente y soñador, fue generoso con el muchacho.

Pedro Eduardo Dubocq se llamó. Fue uno de las tres grandes figuras importantes radicadas en Puerto Plata en esos años, amigos entre sí, que dieron apoyo y protección a los prohijadores de la Patria, en la primera y segunda República. Los otros dos fueron el presbítero Manuel González Regalado y William Tawler. González Regalado y Dubocq integraron una célula de la sociedad La Trinitaria, como muestra de su compromiso con la joven nación.

El protector de Gregorio en los primeros años de su infancia y adolescencia, se radicó en la “Novia del Atlántico” en 1830, cuando Haití ocupaba el territorio dominicano. Se dedicó a comercializar madera. Cuando Juan Pablo Duarte visitó Puerto Plata, el 10 de julio de 1844, se hospedó en la casa del general Pablo López Villanueva, lugar que fue develado, por lo que el patricio tuvo que ocultarse en una residencia que Dubocq tenía en la falda de la loma “Isabel de Torres”, donde el líder de los “Trinitarios” fue hecho preso junto a sus guardaespaldas Juan Evangelista Jiménez y Gregorio del Valle, luego llevados al fuerte de San Felipe por órdenes de Pedro Santana.

La solidaridad en los ideales, la gratitud y lealtad al hombre que encarnó el ideal patriótico, llevó a Dubocq a visitar a Duarte a la cárcel día por día para darle apoyo. Había, pues, entre ellos no solo propósitos comunes en el ideal independentista, sino una amistad verdadera.

No puede extrañar que la influencia de las primera ideas patrióticas acerca de la necesaria independencia del país las escuchara Gregorio en casa de quien no sólo le dio trabajo, sino que le trató con aprecio y consideración, aparte de sus cualidades personales que caracterizarían a Gregorio en su adultez.

En los tiempos en que Gregorio dejó el hacha de leñador para cambiarla por la espada, la República se debatía entre dos corrientes que pugnaban, una por la entrega vergonzosa a la antigua colonia española, la fuerza del mal, y otra por el mantenimiento de los ideales puros de independencia de los padres de la Patria, la fuerza del bien, sustentada esta última en sublimes pensamientos que se convirtieron en la luz fulgurante que no cesó en su empeño de iluminar el mejor de los destinos para sus hijos: La Restauración de la Independencia.

A muy temprana edad, Gregorio hizo conciencia de que esa batalla fuera entre los dos grupos rivales. Pero en su conciencia se escenificó otra batalla que lo arrastró hasta el final de sus días cuando murió a la edad del 52 años. Se echó a los brazos de la política muy joven contra el primer tirano que usurpó el prestigio de los filantrópicos del 27 de febrero de 1844, a los fines de no solo sacarlo del poder, sino de frenar su objetivo por devolver la soberanía al coloniaje español.

Desde los 15 años, el muchacho dio muestras de una laboriosidad y rectitud de proceder sin igual en una persona de semejante mocedad. Como no tuvo oportunidad de acudir a la escuela, Gregorio aprendió de la vida, sacando ventajas a las difíciles circunstancias que enfrentó en múltiples tareas laborales. El inglés, lengua que se hablaba en su casa, lo mejoró yendo a una escuela inglesa de Puerto Plata a la que acudía cuando el tiempo se lo permitía.

Gregorio se radicó luego en Jamao para atender los negocios de su patrón, quien adquirió terrenos en esa demarcación cibaeña, tupidos de caoba de explotación. En la casa de Dubocq, Gregorio dedicó las escasas horas de ocio para hurgar en su biblioteca, en la que satisfizo sus curiosidades de aprender, dedicándose a estudiar de manera especial las obras de Plutarco de Queronea, por medio de quien se enteró de las culturas griega y romana.

“Dos vidas paralelas”, obra que inmortalizó al pensador griego, habría sido una de las que cautivó, conforme con las narraciones del prominente intelectual contemporáneo Manuel Rodríguez Objío.

Residiendo en Jamao, el joven Gregorio había dejado en Puerto Plata la imagen de probidad, laboriosidad, valentía y patriotismo.

Una carta del 25 de marzo de 1861, firmada por sus amigos Baldomero Regalado y Federico Sheffemberg, invitándole a ponerse al frente de su provincia natal contra la afrenta de Pedro Santana de anexar el país a España, se constituye en la luz que guiaría para siempre en el camino que procuraba la restauración de la República, del que nunca se apartó. He aquí la carta: “Al fin se ha quitado la máscara el general Santana, y verifica la traición de entregar la República a la Monarquía española. Puerto Plata se opone y resistirá hasta la muerte. Tú haces falta en tu pueblo; jamás habíamos visto este pueblo más decidido por la defensa de su independencia. Ven inmediatamente para que nos opongamos a esto. Es preciso que probemos al tirano que ningún pueblo honrado y heroico pierde su libertad y su independencia, sino con su muerte. Te esperamos para que juntos todos los hijos de este pueblo, nos esforzemos (sic) en despertar a los que todavía están aletargados y nos lancemos a la lucha sin mirar los peligros que nos aguardan”.

Con apenas 22 años, el joven Gregorio, entendió prematuramente que la espada libertadora solo fungiría como sable en la defensa de la libertad y soberanía, y para el servicio de aquella inteligencia humana que, por el soberano dictamen del pueblo, fuera puesta en el más alto cargo de la nación.

Entre los inexpertos luchadores liberales independentistas que florecían cuando se consumó la anexión a España, en 1861, se encontraba el joven Gregorio, de 22 años. En Jamao, al recibir aquella carta que sus amigos puertoplateños le enviaron para que encabezara la resistencia a la entrega de la soberanía, ejecutada por Pedro Santana Familia, Gregorio todavía empuñaba el hacha con la que abría los surcos a la caoba que el señor Pedro Eduardo Dubocq exportaba para Europa.

Cincelado su carácter en el trabajo, mostrando una disposición a entregar su vida por la Patria, Gregorio tuvo que esperar diez días para recibir aquella nefasta noticia. Ensilló su caballo; en lo inmediato, comunicó a su patrón la decisión y bajo amenaza de tormenta avanzó por los inhóspitos caminos cerreros, rumbo a Puerto Plata. Su bajo arraigo social y económico no le quitan valía de prócer al hombre que entregó sus fuerzas y su tiempo a concretar la independencia de su país, sin titubeos ni mostrar gesto alguno para hipotecar la soberanía, como maquinaron predecesores y coetáneos.

Su carácter resuelto explica la determinación de salir en condiciones tan adversas. No le movía ambición alguna. Manuel Rodríguez Objío, su contemporáneo nacido un año antes que él (1838) y que abrazó los mismos ideales, definió los dones que el joven Gregorio exhibió luego en la guerra y la política: “El fondo de su carácter consistía en un sentimiento de absoluta independencia y de caballerosidad. Intransigente contra la opresión y la injusticia, benigno, humanitario para con el oprimido hasta la abnegación de sí mismo, veremos en su carrera desarrollar ese germen de virtudes antiguas y hacer de ella el pedestal de su gloria”.

La travesía que Gregorio emprendió en marzo de 1861 para evitar que la bandera dominicana fuera arriada en el fuerte de San Felipe y en toda Puerto Plata, fue tan inmensa como arriesgada.

Mientras colocaba los aperos al caballo, que era su único acompañante, hasta Gregorio llegaron los rumores de anexión que iban de boca en boca. Desde Jamao hasta Puerto Plata tenía que recorrer 80 kilómetros. Por los intrincados senderos, atravesando montañas, llanuras e inhóspitos bosques, la distancia la hizo más corta: 50.8 kilómetros en una buena “montura”. Gregorio pasó por los poblados de Amaceyes, Carlos Díaz, Gurabito de Yoroa hasta alcanzar Yásica Arriba.

Después de ganar las montañas de Tabagua, se encontró con el entonces infranqueable río Camú, ya había vadeado el Yásica; uno de ellos tuvo que pasar a nado. La distancia se hizo infinita, entre ondulaciones y valles fragosos; el tiempo se prolongó por días para que Gregorio llegara a Muñoz, comuna ubicada al sur de Playa Dorada, sembrada hoy de urbanizaciones y proyectos residenciales.

Rodríguez Objío, autor del libro “Luperón y la Restauración”, narra aquel transe Jamao-Puerto Plata, sin comunicación terrestre: “Durante esta lucha con la naturaleza, la noche del citado veintiséis de Marzo,(sic) le sorprendió en “Muñoz” distante como dos leguas del término de su viaje. Faltábale vadear la boca del río, (Muñoz) y vióse precisado a dirigirse a la habitación del coronel José Luna, ferviente patriota, cuyos sentimientos le eran conocidos”.

En casa de Luna, Gregorio se enteró con tristeza de que la bandera española había sido izada en el fuerte de San Felipe y demás edificios públicos de Puerto Plata por las acciones de Santana, que había nacido 38 años antes que él (1801).

Idelfonso Mella, hermano del general Matías Ramón Mella, le recibió al otro día en Puerto Plata y le contó cómo infructuosamente trató de arengar a los compañeros a las armas, pero resignados y llorosos vieron caer el pabellón tricolor debido a las acciones del general Santana Familia, que en una de las modificaciones constitucionales se hizo aprobar el artículo 210 que le otorgaba poderes faraónicos, cito: “Durante la guerra actual y mientras no esté firmada la paz, el Presidente de la República puede libremente organizar el Ejército y (la, sic) armada, movilizar las guardias de la nación; pudiendo, en consecuencias dar órdenes, providencias y decretos que convengan, sin estar sujetos a responsabilidad alguna”.

Incipiente guerrero en acción

Cuando las Reales Ordenanzas comenzaron a disponer sobre el futuro del país y la Capitanía General de Cuba movilizaba 7 mil miembros del Ejército español, Gregorio reunió a quienes había dejado en Jamao, instándolos a resistir las instrucciones de las autoridades españolas para que se entregaran las armas, aduciendo quien se convertiría luego en la “Espada de la Restauración”, que ésas servirían para ser libres y dejar instaurada la Independencia definitiva.

Cuando el “Marqués de Las Carreras” (Pedro Santana Familia) -título otorgado por la reina Isabel ll- firmó la anexión de la República a la Corona, el 18 de marzo de 1861, fue una decisión precedida de múltiples gestiones cercenadoras de la soberanía nacional por parte del sector conservador, representado por el hatero que, desde el nacimiento de la independencia el 27 de febrero de 1844, estuvo al acecho conspirando para sacar de la dirección de la cosa pública a los liberales, representados por Juan Pablo Duarte y “Los Trinitarios”.

El golpe de estado contra los liberales integrantes de la Junta Central Gubernativa, encabezada por Francisco del Rosario Sánchez, no tuvo otro motivo que apoderarse del mando político del país, cayendo la joven nación en manos de gente incrédula sobre la capacidad del pueblo para construir su propio destino. Su habilidad militar y su ascendiente económica y social, Santana las utilizó para promover la anexión a España, valiéndose de la amenaza real haitiana para entregar la soberanía.

Santana, quien intentó también el protectorado con Estados Unidos, se autoproclamó jefe de la Junta Central Gubernativa tras lo cual declaró “traidores a la Patria” a Juan Pablo Duarte, Matías Ramón Mella y Francisco del Rosario Sánchez, junto a otros “Trinitarios”, que se vieron obligados a salir del país.

No solo marchó con sus tropas hacia Santo Domingo para deponer a los líderes del movimiento trinitario en julio de 1844, sino que bajo su espada, la misma que decenas de veces infligió la derrota a las tropas haitianas, Santana fue imponiendo el gobierno y los ejércitos; detentó el poder desde el 14 noviembre de ese mismo año hasta 1848 cuando enfermó, perdió popularidad por la situación de crisis económica y política, de manera que no pudo continuar al frente de la administración gubernamental.

Manuel Jiménez González le sustituyó, pero nuevamente el sempiterno golpista fue llamado a dirigir los ejércitos contra las amenazas de invasiones haitianas. El 29 de mayo de 1849, lideró un golpe de Estado y se proclamó Jefe Supremo del país hasta que se organizaron elecciones, ganadas por uno de su misma estirpe conservadora, y tan anexionista como el “Marqués de Las Carreras”: Buenaventura Báez.

Santana regresó a la Presidencia el 15 de febrero de 1853 hasta el 26 de marzo de 1856 cuando se vio compelido a dimitir debido a la desastrosa administración. Fue en éste, su segundo período, que el “Marqués de Las Careras” introdujo cambios en la Constitución, votada el 25 de febrero de 1854.

Establecía que Santana ocuparía la Presidencia por dos períodos hasta 1861, año en que ordenó, el 4 de julio, fusilar al prócer Francisco del Rosario Sánchez. Y así fue, en 1861 también, que el nativo de Hincha, una comunidad que nos perteneció y hoy es territorio haitiano, impulsó y concretó el plan anexionista, convirtiéndose en vasallo español, pateado por los representantes de La Corona. Esa acción antinacional santanista, saca a Gregorio de los bosques de Jamao, y su hacha, luego espada, lo catapultó al escenario de la guerra.

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