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Invasión Penn y Venables, casi ingleses

Written by Debate Plural

Homero Luis Lajara Solá (Listin, 9-10-16) 

“El perdón no cambia  el pasado, pero engrandece el futuro” Paul Boese, The Weekly Digest, (1967)

De seguro muchos recordarán cuando en el año 1586 el corsario inglés Sir Francis Drake, investido como Caballero por la reina Isabel I,  invadió la ciudad de Santo Domingo con sus bajeles y temidos piratas, al comando de  una fuerza compuesta de veinte  barcos y ocho mil hombres, que fue enfrentada  por una débil  defensa española de apenas unos quinientos arcabuces, y aproximadamente cien soldados de caballería, por lo que las autoridades debieron  pagar 25.000 ducados, recolectados del oro y joyas de la población,  para que éste abandonara la isla, no sin antes cometer un sin número de daños y tropelías, como el robo de  las campanas de la Catedral Primada de América.

El  conocido corsario (Alcanzó el grado de vicealmirante de la Real Marina Inglesa),  falleció de disentería en el año 1596, en Portobelo (Panamá), luego de ser derrotado en Puerto Rico.

Esa fue la primera embestida  del garfio pirata inglés con el fin de debilitar la capacidad defensiva de España en sus colonias del Caribe, por intereses comunes de todas las guerras: comerciales, territoriales y esta vez para tratar de  imponer  la religión anglicana.

Pero las cosas no terminaron ahí, pues el 23 de abril de 1655 desembarcó por las costas de Nizao y Haina otra invasión inglesa comandada por el almirante William Penn, padre del fundador de Pennsylvania,  y el general  Robert Venables, al mando de una flotilla  ordenada por el Lord Protector  Oliverio Cromwell, con claros propósitos de conquistar las colonias españolas  de las Antillas y Cartagena de Indias, en Colombia, para extender sus dominios en el mar Caribe y sustituir el catolicismo por la religión anglicana, única religión de Estado, donde el Jefe Supremo es el monarca de turno de ese Estado, quien nombra los jefes de la iglesia (Obispos, sacerdotes, etc.)

Las fuerzas españolas, enteradas de la invasión, organizaron con prontitud la defensa de la ciudad de Santo Domingo, bajo el mando del oidor más antiguo de la colonia, Juan Francisco Montemayor Córdova, quien sustituyó al gobernador fallecido, Pérez Franco.

La ejecución del  plan de defensa, armando milicias, puso énfasis en  reforzar las guarniciones de las murallas de los fuertes de la ciudad, especialmente el Castillo de San Gerónimo, situado al  oeste, el cual fue el bastión que sirvió de muro de contención contra las fuerzas  británicas en su avance para  Santo Domingo.

Ese fuerte fue construido en el 1627, siendo el gobernador de la colonia de Santo Domingo Don Gabriel Chávez de Osorio.  Al mismo,  posteriormente  se le construyó un foso-  especie de trinchera profunda que se excavaba para crear una barrera protectora contra el ataque de las murallas de los castillos-,  por orden del Conde de Peñalba, siendo  decisivo en la defensa de la ciudad de Santo Domingo durante ese fallido intento de invasión.

Sus ruinas desaparecieron en el 1937 con la explosión de un polvorín que tenía el ejército en su interior, pero fue la ignorancia histórica  que causó su desmantelamiento gradual, en vez de ser hoy un monumento como lo son la “Puerta de la Misericordia” y la “Puerta del Conde”, entre otros monumentos que deben preservarse para la posteridad como símbolos de nuestra memoria  y acervo histórico.

En ese el lugar donde se ubicaba esta histórica construcción colonial están situados hoy  el famoso Restaurant Vesubio y una estación de combustible. Es importante precisar que para resistir la mencionada invasión, la defensa de Santo Domingo    estuvo a cargo  del nuevo capitán general y gobernador, Bernardino  Meneses Bracamonte y Zapata, Conde de Peñalba.  En su honor se designaron la muy conocida “Puerta del Conde” y la calle “El Conde”.

Otro detalle interesante es que un año antes de la mencionada intentona de  invasión, los criollos, al  mando de Juan de Morfa, habían desalojado a los aproximadamente trescientos franceses que ocupaban la isla Tortuga.

Para ese tiempo, las fuerzas militares de Santo Domingo contaban con 200 soldados arcabuceros,  enviados como refuerzos de España. Los arcabuces eran la antigua arma de fuego de corto alcance  que antecedió al mosquete, arma de fuego de infantería utilizada desde el SXVI al SXIX, que se cargaba por el cañón que media hasta metro y medio, por lo que tenía mayor alcance y  poder de fuego.

Junto a los españoles, una fuerza de  mil trescientos  lanceros criollos, incluyendo los de Santiago y la Vega,  más setecientos  combatientes, se enfrentaron  contra una avasalladora fuerza inglesa compuesta por setecientos veinte  oficiales, cincuenta  piezas de artillería, cincuenta y seis  caballos,  y ocho mil ciento setenta y tres  hombres, incluyendo mil ochenta marineros.

Sin embargo, las inclemencias del tiempo, los caminos inhóspitos y  la disentería les causaron más bajas que el fuego de las tropas criollas, además de los desacuerdos en la planificación y unificación de las estrategias entre el almirante Penn y el general Venables, lo que terminó debilitando la moral de las tropas inglesas que luchaban contra los temibles y diestros lanceros criollos que, usando las tácticas de guerras de guerrillas, los emboscaban cada vez que los ingleses  salían en búsqueda de agua y provisiones;   saliendo de la nada los exterminaban, ya que el uso del cañón por  las fuerzas españolas fue muy limitado.

Ante la imposibilidad de conquistar la plaza de Santo Domingo por la aguerrida y bien planificada defensa, los ingleses partieron el 14 de marzo del mismo año con su prestigio militar humillado por los criollos que se entrenaban cazando reses para subsistir, poniendo proa para Jamaica donde sí lograron su propósito de conquista. Valientes criollos como Juan de Morfa, Damián del Castillo, Álvaro Garabito y Pedro Veles, demostraron el coraje antillano de la descendencia hispánica,  enfrentando tropas entrenadas y de tradición guerrera.

El magnetismo cultural que mezcla religión, costumbres, tradiciones y lazos étnicos, logró derrotar  aquella poderosa fuerza invasora inglesa que no poseía el encanto ni el embrujo mágico del amor que genera la entrega total a  una causa noble. Así pasó, pasa y pasará con el caso de la invasión pacífica de haitianos con apoyo foráneo a la República Dominicana. Para poner en contexto mis ideas, me permito hacer algunas comparaciones con hechos bélicos similares de los que registra la historia universal, empezando por la lejana y cuasi mítica Guerra de Troya, en la cual los griegos más idóneos acompañaron a su comandante Aquiles a los muros de la fortaleza de Asgard, que los mortales llaman Troya, dando origen a la epopeya épica que Homero inmortalizó con sus poemas en la Ilíada, el libro principal de la literatura europea.

De esa misma manera los Iberos de Hispania (España), acompañaron al  general cartaginés  Aníbal en la Segunda Guerra Púnica (219-201 A. C.), hasta las murallas de la ciudad eterna, Roma, con los cuales combatió por más de quince años en la “bota itálica” de manera invicta contra el imperio romano en sus dominios. Aníbal se comprometió tanto con el arrojo y valentía del soldado hispano que solía decir: “Me siento más hispano que púnico”. El sur de Hispania estuvo bajo sus dominios.

Algo parecido  ocurrió en  junio de 1899, en la aldea de Baler, en la isla de Luzón, Filipinas, que fue sostenida por un reducido grupo de soldados hispanos, comandados por el capitán Enrique de Las Morenas, y a su muerte en combate por  el teniente Saturnino Martín, donde se resistió un asedio de once meses por parte de tropas norteamericanas; estaban tan delgados como espectros y seguían combatiendo por el honor y la dignidad de toda la hispanidad.

Al resaltar el valor y heroísmo de estos excelsos guerreros criollos, puedo afirmar hoy que en efecto, otra hubiera sido nuestra  historia si los ingleses,  en 1655, hubieran salido victoriosos en Santo Domingo… quien sabe si nuestra lengua hoy  fuera la inglesa y la religión anglicana!!!

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