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Lo que pasó la noche del 27 de Febrero: La versión de Saint Denys (II)

Written by Debate Plural

José Gabriel García, historiador nacional (D. Libre, 27-2-15) 

 

Una revolución que era fácil de prever, pero que la exasperación siempre creciente de los espíritud ha acelerado, acaba de estallar casi inopinadamente en Santo Domingo en la noche del 27 al 28 de febrero. Una sola víctima se debe deplorar.

Los dominicanos, dueños de la plaza han proclamado su independencia y su separación del Oeste. Una Junta Central, compuesta por los hombres más notables de las diversas comunes que ya se han adherido al movimiento, acaba de reemplazar el comité insurreccional y ha tomado la administración de los asuntos del país. Instalada en Santo Domingo su cuartel general, esta junta ha concentrado provisionalmente las fuerzas que llegan de todas partes y se ocupa sin descanso y con una inteligente habilidad de los medios de sacudir el yugo haitiano en todas las provincias que componen la antigua parte española de Santo Domingo.

Sus sabias disposiciones, la nobleza y la generosidad de su conducta y de los principios proclamados, las medidas adoptadas hasta aquí para el proceso de su causa y el mantenimiento del buen orden, le ganan cada día numerosos partidarios. Sus simpatías por Francia no me parecen dudosas; tengo algunas razones para mi seguridad.

Después de esta corta y rápida exposición, es mi deber, señor Ministro, ofrecerle algunos detalles sobre la manera que se ha hecho esta revolución.

Envalentonados por la más grande confianza de las autoridades haitiana y puede ser también por el poco de fuerza que disponían en ese momento, algunos jóvenes llenos de coraje, pero que en mi opinión no han tenido en cuenta las consecuencias que podría entrañar una demostración intespectiva, han creído favorable el momento para la ejecución del golpe de mano que habían meditado por largo tiempo. Reunidos en comité insurreccional el 26 en la mañana, formaron el proyecto de apoderarse inmediatamente de la ciudadela de la plaza. El 27 en la noche fue el día fijado para esta audaz tentativa. La noticia se esparció por el pueblo. La autoridad estaba sobre aviso; la inquietud era general; se esperaba todavía, sin embargo, que el orden no sería turbado. El Vicario General, las personas más influyentes de la ciudad hicieron inútiles esfuerzos por convencer a estos jóvenes a sentimientos más razonables. Se mantuvieron inquebrantables, y, como lo habían anunciado, la señal fue dada a las 11 de la noche por una descarga de mosquetería disparada al aire. Una media hora después la ciudadela respondía con dos disparos de cañón, lanzados en señal de alarma. Cinco piezas de artillería cargadas de metralla, fueron apuntadas al mismo tiempo, en dirección de las calles principales.

Los insurgentes estaban ya en posesión de la puerta de la ciudad que da al campo (llamada Puerta del Conde) y de la que da al puerto. Las habían ocupado sin disparar un tiro. Una sola víctima había pagado con su vida una resistencia imprudente.- Los puntos principales ocupados, los dos partidos quedaron en observación. Ninguna otra demostración hostil fue hecha en el día. Pero este silencio y esta calma estaban lejos de asegurar a la población, presa de la más viva ansiedad y de una mortal inquietud.

Desde los primeros disparos, un grupo de familias alarmadas habían venido a ponerse bajo la protección de pabellón francés. La casa que habitó provisionalmente pronto se llenó de mujeres y niños. Las joyas, los objetos más preciados eran aportados a cada instante. En vano trataba de darles seguridades con mi ejemplo y con mis palabras; el terror que inspira aquí la ferocidad bien conocida de los negros haitianos era tan grande, que aun después de que todo ha vuelto a la normalidad, algunos de ellos, al abandonar la residencia consular, han, por así decir, acampado en las casas contiguas para poder más fácilmente retornar si el caso lo exige.

La guardia nacional de la ciudad ha podido fácilmente apoderarse, en los primeros momentos, del Arsenal, defendido solamente por unos sesenta soldados armados y poco disciplinados. Pero queriendo evitar todo derramamiento de sangre, prefirieron atenerse a su primer éxito: había olvidado decirle, señor Ministro, que hacían causa común con los insurrectos.

Hacia las 7 de la mañana, el general Desgrotte comandante de la plaza de Santo Domingo y encargado de la vigilancia de los alrededores después de la muerte reciente del general de División Pablo Ali, se decidió a enviar un parlamentario a los insurgentes, pues ignoraba aún el número y los propósitos. No auguraba nada bueno el retardo en darle una respuesta y confiando poco en el éxito de una defensa desesperada, inútil e imposible de sostener con el débil puñado de soldados que permanecieron fieles a su bandera, este oficial general, viejo vestigio de las guerras del Imperio, juzgó a propósito comunicarme su crítica posición y colocarse en todo momento, él y todos los suyos, bajo la protección del pabellón francés. Reclamó el mismo favor para las familias de los funcionarios y para otros ciudadanos haitianos que permanecían en la ciudad sin defensa y sin apoyo. La carta que me ha dirigido a este respecto, me fue llevada por uno de sus ayudantes de campo seguido de una numerosa escolta de oficiales.

Me apresuré a expresarle al ayudante de campo y le rogué agradecer al general la prueba de confianza que me acordaba, prometiéndole que sabría mostrarme digno de ella. Le comuniqué, al mismo tiempo, por medio de mi canciller provisional que para hacer más eficaz y más pronta esta protección, era indispensable que él me señalara a los jefes de la insurrección a fin de ponerme en comunicación con ellos. En el momento en que mi canciller le comunicaba este aviso, una diputación enviada por el comité insurreccional hacía conocer oficialmente al general las quejas de la población dominicana, su voluntad de separarse de la Republica y de declarar libre e independiente toda la antigua parte española de Santo Domingo. Estas quejas, señor Ministro, usted ya las conoce, pues son la reproducción fiel de las mencionadas en las piezas más importantes que deben ya estar en manos de Su Excelencia.

Habiéndome sido transmitidos los nombres de los jefes de la insurrección por el general Desgrotte, les avisé que tenía importantes comunicaciones que hacerles, y les rogué que enviaran a alguno de ellos para recibirlas. Los miembros del comité insurreccional, que acababan de constituirse en Junta Gubernativa se apresuraron en venir en pleno donde mí, después de haber sido puestos bajo la salvaguarda y la protección de mi enviado. Media hora antes de su llegada, he recibido del general Desgrotte la carta adjunta, carta que hace honor a sus sentimientos y a su patriotismo.

Autorizado por él a iniciar las negociaciones de una capitulación honorable, he instruido a los miembros de la Junta que he encontrado plenos de simpatías y de respetuosa deferencia hacia el representante de la Francia. Aceptando con entusiasmo mi mediación, estos señores me dieron al mismo tiempo, pruebas de su más entera confianza. Aproveché su favorable disposición para sentar las bases de una capitulación provechosa para las dos partes. He visto con placer a tres de ellos aceptar con una noble generosidad las proposiciones que les hice al respecto. Otros (eran los más influyentes), se mostraron menos tratables, pero no me fue difícil volverlos prontamente a la moderación de sus colegas haciendo vibrar la cuerdas sensibles de la nobleza de sentimientos y de la generosidad caballerezca del carácter castellano. Todos se retiraron satisfechos y prestos a sancionar lo que se había hecho.

Feliz de ver mi mediación aceptada, me apresuré en comunicar al general Desgrotte las concesiones que había obtenido de sus adversarios; lo invité a comunicarme sin demora si me autorizaba a tratar sobre estas bases y a indicarme las modificaciones que creía debía aportar. La carta adjunta, que recibí una hora después, me informó que accedía a mis proposiciones salvo algunos ligeros cambios.

Hice del conocimiento de los miembros de la Junta, por medio de mi canciller, las proposiciones del general. Ellas fueron objetos de una bastante larga deliberación, que me fue comunicada por seis de sus miembros, provistos de los poderes suficientes para tratar definitivamente, bajo mi mediación, las cláusulas de la capitulación. Los comisionados de las dos partes se reunieron en mi casa y entramos inmediatamente en conferencia. El lugar de honor me fue destinado de común acuerdo. La discusión contradictoria comenzó inmediatamente. Mi opinión personal fue reclamada en todos los puntos contestados. He tenido la satisfacción de verla adoptar sin modificación por las dos partes.

Después de una sesión bastante prolongada, la capitulación fue cerrada, redactada y firmada por los comisionados y a su completa satisfacción. A unanimidad confiaron la estricta ejecución a mi garantía oficiosa y exigieron que mi firma y el sello del Consulado aparecieran en el documento después que el general y la Junta lo hubieran aprobado y ratificado cada uno de su lado. La hora avanzada no permitía la entrega de la Fuerza y del Arsenal, ante la noche, fue convenido entre las partes contratantes, que sería hecha, en mi presencia, al día siguiente 29, a las 8 en punto de la mañana. Tomadas estas disposiciones, los comisionados se retiraron después de haberme expresado su reconocimiento y su agradecimiento. Eran las 7 de la noche.

Durante estas negociaciones, las calles que rodean el Consulado estuvieron llenas de curiosos que esperaban el resultado con la más viva ansiedad. Las clausulas principales de la capitulación no tardaron en circular en el público; ellas trajeron alguna confianza a los más inquietos. De mi parte, no descuidé nada para completarla; pero el mantenimiento del Status quo hasta el otro día no me permitía conseguirlo enteramente. La noche, sin embargo, se pasa sin problemas.

De acuerdo a la convención de la víspera, el 29 de febrero a las 8 en punto de la mañana, el general Desgrotte, a la cabeza de todo su estado mayor, me esperaba a la puerta de la ciudadela. Los miembros de la Junta, a la cabeza de la Guardia Nacional y de numerosas fuerzas que llegaron de fuera durante la noche, esperaban igualmente mis órdenes para ir a tomar posesión de la ciudadela. Los encontré en formación de batalla en la plaza de la Constitución, y en un orden perfecto, al momento en que entraba a la ciudadela. Me fueron rendidos honores militares por las tropas…

A las 8 en punto yo estaba en la puerta de la ciudadela; hice inmediatamente prevenir a la Junta que todo estaba listo para la entrega de la plaza. La Junta se presenta inmediatamente a la cabeza de las tropas Dominicanas; la puse en contacto con el general y me limité a asistir en calidad de simple espectador a la toma de posesión que se hizo con mucha dignidad, decencia y en un orden perfecto de acuerdo a los términos de la capitulación, y como garantía de orden, las armas de las tropas haitianas fueron depositadas en mis manos para serles entregadas al momento en que se retiraran a su país…

A petición del general Desgrotte, me he ocupado de repatriar por mar y por vía de Jacmel, las tropas, los funcionarios y un gran número de familias haitianas…

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