Nacionales Sociedad

Lo que pasó la noche del 27 de Febrero (I)

Written by Debate Plural

José Gabriel García, historiador nacional (D. Libre, 27-2-15) 

 

La primera población que se lanzó en la vía de los pronunciamientos fue la capital, adquiriendo así nuevo título al honroso calificativo de la cuna de la República Dominicana que derivaba ya del glorioso hecho de la fundación de La Trinitaria.

Conquistado por Manuel Jiménez el teniente Martín Girón, jefe de la guardia de la Puerta del Conde, se eligió el histórico baluarte para dar el grito sacrosanto de Separación, Dios, Patria y Libertad, y desplegar a los cuatro vientos la bandera de la cruz, de modo que citados para encontrarse reunidos allí a las diez de la noche, acudieron sin vacilaciones ni temores, Francisco del Rosario Sánchez, Ramón Mella, Manuel Jiménez, Vicente Celestino Duarte, Tomás Bobadilla y José Joaquín Puello, a la cabeza de grupos parciales en que figuraban Jacinto y Tomás de la Concha, Remigio del Castillo, José Gertrudis Brea, Pedro Valverde y Lara, Juan y Santiago Barrientos, Martín, Gabino, Eusebio y José Puello, Juan Alejandro Acosta, Gregorio y Francisco Contín, Celestino, Feliciano y Pedro Martínez, Marcos Rojas, Manuel Mora, José María y Fernando Serra, Martín Puche, Emilio Parmantier, Ángel y Agustín Perdomo, Manuel y Wenceslao Guerrero, Joaquín Montolío, Manuel Dolores Galván, Juan y José Antonio Pina, Jacinto y Antonio Brea, Fermín González, Narciso y Andrés Sánchez, Ventura Gneco, Félix María Delmonte, Juan Ruiz, José LLaverías, Wenceslao de la Concha, Leandro Espinosa, Francisco, Pedro Antonio y Justiniano Bobea, Diego y Julián Hernández, Jaime Yepez, Joaquín Gómez Grateró, Mariano Echavarría, Luis Betances, Benito González, José Pichardo, Benito Alejandro Pérez, Tomás y Juan Fernández, Genaro Blanco, Cesáreo Prado, Domingo García, Miguel Mendoza y González, Eusebio Gatón, Juan Mazara, Antonio Mojica, N. Tovar, José Rustan, Rafael Rodríguez, José Sabá, Pedro y Juan de Dios Díaz, Eduardo Lagarde, Pilar Cerón, Ignacio de Paula, Silvano Pujos, Teodoro Ariza, José María Mella, Silvestre García, Antonio Moreno, Manuel Día, Guillermo Barriento, Pascual Ferrer, Ramón Ocumárez, Eugenio Aguiar, Carlos y Miguel González, Ramón Echavarría, Hilario Sánchez, Carlos Moreno, José Antonio Sanabia, Disú Batragni, Nicolás Lugo, Jacinto Gatón, Nicolás Debari, Manuel Antonio Rosas, Nicolás Alliet, Luis Legross, Cayetano Rodríguez, Juan Ciriaco Fafá, Juan Andrés Gatón, Vicente Hernández, José Ramón Ortíz, Genaro Lací, Pedro Herrera, Vicente Camarena, Raymundo Ortega, Joaquín Horta, Isidro Mejías, Buenaventura Freites, Bernardo Santín, José Cruzado, Pedro Nolasco Altagracia, Antonio Villegas, José del Carmen Figueroa, Juan Villeta, Blas Vallejo, José María Soto, Joaquín Landeche, Manuel Rodríguez, Pedro Brea, Pedro Mueces, Antonio Chávez, José Cuevas, Ramón Mella, Federico Leiva, Francisco Saviñón, Félix Mariano Lluberes, Julián Alfau, hijo, Pedro Tomás Garrido, José Cedano y tres seybanos más compañeros suyos.

Al llegar los primeros grupos a la Puerta del Conde, trató de hacer armas contra ellos el sargento Juan Gross, que lo era de la guardia, pero contenido por el teniente Girón, se adueñaron del puesto sin un tiro, procediendo en seguida José LLaverías a abrir la puerta con una bayoneta, para dar entrada a la gente de la villa de San Carlos que conducía Eduardo Abreu, y entre la cual figuraban José Pereyra, Gregorio Ramírez, Ramón Alonzo Ravelo, Pedro Andrés Pereyra, Manuel Arvelo, José Pérez, Marcos Ruiz, Pedro Abreu, Luciano de Peña, y otros cuyos nombres no hemos podido recoger. Acto continuo fue desarrajado el almacén de pólvora, que estaba situado entre los baluartes del Conde y de la Concepción y con los artilleros que habían entre los pronunciados alistó el teniente Ángel Perdomo las piezas de cañón que estaban montadas arriba del fuerte, se pusieron centinelas avanzadas en todas las direcciones, y se tomaron otras medidas que les permitieran mantenerse a la defensiva en casos de ser atacados, pues tan pronto como se percibieron del movimiento, corrieron las autoridades a La Fuerza y acuartelaron las tropas, comenzando a tomar medidas para sofocar la insurrección. De ahí que deseando el coronel Deó Herard cerciorarse personalmente de la importancia de ella, se brindara para ir a hacer un reconocimiento acompañado de algunos oficiales, pero como al contestar el primer “quién vive” le hicieron fuego, se vio obligado a retroceder a La Fuerza donde se tocó inmediatamente la generala, saliendo patrullas a recorrer las calles y proteger la concentración de los elementos dispuestos a apoyar el gobierno.

En este momento hubo en la Puerta del Conde las vacilaciones consiguientes a la mala organización que todavía reinaba, no faltando, aunque muy pocas, algunas deserciones; pero pronto se restableció la confianza, merced a la decisión de unos, a los conocimientos militares y dotes de mando de otros, y al patriotismo de todos, y se estableció un servicio regular de vigilancia, mejorándose así los medios de resistencia, y garantizándose el orden con el reconocimiento de una junta gubernativa provisional de la ciudad, que constituyeron de hecho los encabezados principales, Francisco del Rosario Sánchez, Manuel Jiménez, Ramón Mella, Tomás Bobadilla, José Joaquín Puello y Remigio del Castillo; de modo que en la madrugada se decidieron a disparar los tres tiros de alarma y a tocar la diana memorable que entonó la situación, obligando a los comprometidos a ir a ocupar su puesto, y despertando al vecindario, que lleno de alborozo se preparó para saludar el primer sol de la libertad. A Juan Alejandro Acosta se le confió entonces la misión de ir a ocupar la marina y encargarse de la defensa de las márgenes del Ozama a la cabeza de un puñado de hombres de confianza; pero como se contaba con el sargento Juan Isidro Díaz, que estaba de guardia en la aduana, y se había comprometido a entregar el puesto tan pronto como se le hiciera la señal convenida, se cuidó de ir primero a Pajarito, hoy Villa Duarte, a recoger la gente que tenía reunida Carlos García e Hipólito Reyes, dejando a Eusebio Puello con algunos hombres al cuidado de la barca, y vigilando las operaciones de los haitianos, a fin de dar la voz de alerta en caso de necesidad. Pero Acosta se entretuvo en Pajarito más de lo necesario, pues tuvo que ayudar a destruir una propaganda que tenía alarmados a los vecinos de Monte Grande, y el capitán Leandro Espinosa persuadió a Puello de la necesidad de posesionarse de la aduana, sin perder más tiempo.

Así se hizo sin encontrar dificultad, porque el oficial de la guardia, capitán Miguel Deschape, al comprender lo difícil de su situación se adhirió de lleno al movimiento.

Entusiasmados los patriotas se decidieron entonces a ir sobre la Capitanía del Puerto, que ocuparon haciendo algunos disparos innecesarios, los cuales ocasionaron la muerte de uno de los marineros que estaban en servicio. Inmediatamente, establecieron guardias en las puertas de La Atarazana y San Diego, dejando al Gobierno reducido a La Fuerza, de manera que al amanecer ya los haitianos estaban persuadidos de que su derrota era inminente pues mientras que pasaba el río, la gente de Pajarito, repitiendo los viajes de la barca, con el objeto de que desde el Homenaje se juzgara doble o triple la fuerza que había pasado y esta fuerza marchaba para el Conde, a tambor batiente, del lado afuera del recinto, las patrullas de los patriotas se enseñoreaban de la ciudad, y la confianza en el triunfo aumentaban sus filas, con la reconcentración no sólo de los muy pocos que las había abandonado en la noche, sino de los que estaban en retardo en el cumplimiento de su compromiso, así como también con el ingreso de la gente de Jaina, conducidos por el capitán Baltazar Alvarez, y una parte de las de San Cristóbal, conducida por el coronel Esteban Roca…

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