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Sebastián Francisco de Miranda Rodríguez: Precursor de la independencia de la República Bolivariana de Venezuela

Sebastian Francisco de Miranda y Rodriguez
Written by Debate Plural

Carlos Rodríguez Almaguer (Diario Libre, 23/7/2016)

Hace doscientos años, el 14 de julio de 1816, moría en la cárcel de La Carraca, en San Fernando de Cádiz, España, el patriota venezolano Sebastián Francisco de Miranda Rodríguez, a quién la posteridad ha reconocido como El Precursor de la independencia y la unidad de Hispanoamérica. Miranda había nacido en 1750, en Caracas, la “ciudad conventual” que nos describe magistralmente, con usos y costumbres, el padre Láutico García en su obra Francisco de Miranda y el antiguo régimen español.

Hijo de un próspero comerciante canario, Miranda sufrió desde adolescente los embates de las contradicciones entre criollos y peninsulares que ya amenazaban con despedazar los lazos que habían mantenido unidas, durante más de dos siglos, a la metrópolis ibérica con sus colonias en el Nuevo Mundo colombino. En busca de más vastos horizontes y mayores honores para sí y su familia, Miranda salió rumbo a tierras españolas en 1771, con solo 21 años. No imaginaba entonces que demoraría cuatro décadas en volver a su patria.

En España empleó los primeros años en nutrir su intelecto y aumentar su cultura. Aprendió varias lenguas, visitó los principales sitios de historia, artes y ciencias, concurrió a los eventos de la alta sociedad madrileña, y compró el grado de Capitán de los ejércitos del Rey. En tal carácter fue destinado a la fortaleza de Melilla, en la costa africana, donde vivió dos años. Allí trabó amistad con otros oficiales amantes del conocimiento, y al calor de esas tertulias iluministas conoció más profundamente a Voltaire, Rousseau, Pope, D’Alembert, Locke, y Hume. Su condición de políglota le permitió leer a esos autores en sus propias lenguas. Estas lecturas y sus consecuentes opiniones sobre política, religión y derecho, lo pusieron en la mira del Santo Tribunal de la Inquisición, que le inició un expediente que terminaría con la firma de tres órdenes de arresto en su contra. Pero la rapidez con que su destino lo llevó de un lugar a otro hizo imposible que coincidieran en tiempo y espacio la orden y el sujeto, y la macabra institución tuvo que conformarse con recibir noticias de los éxitos sucesivos del sudamericano en las múltiples contiendas en las que se vio envuelto.

Participó en tres grandes guerras: la independencia de las trece colonias inglesas de Norteamérica que concluyó en la creación de los Estados Unidos, la Revolución Francesa que franqueó el paso a una etapa superior del desarrollo humano y, por último, la gesta independentista hispanoamericana que puso fin a tres siglos de dominación española en América, con la excepción de Cuba y Puerto Rico. En su experiencia militar se anotan la toma de la ciudad y puerto de Pensacola, en la Florida Occidental, en 1782; la ocupación de las Bahamas, en 1783; la derrota de los ejércitos de la Santa Alianza contra la Revolución Francesa, que le reconoce el grado de Gran Mariscal, incluyendo su nombre, el único hispanoamericano, en el Arco de Triunfo de París, por mandato de Napoleón Bonaparte, que lo admiraba; y ya en 1812, sería el Generalísimo de los Ejércitos durante la primera República de Venezuela.

Miranda en los Estados Unidos fue presentado a George Washington, fue amigo de Hamilton y Jefferson, polemizó con Adams. En la culta Europa sería conocido en las principales cortes, protegido de reyes y príncipes, amigo íntimo de la poderosa emperatriz rusa Catalina la Grande; fue mimado por intelectuales y sabios, custodiado por embajadores, y perseguido siempre por la inquisición española. En Francia sería admirado por muchos grandes del momento, envidiado por otros y acusado por el genio tenebroso de Fouché, de quien se autodefiende y queda absuelto. En América contactó con O’Higgins, Manuel Gual y, más tarde, conocerá en Londres a Andrés Bello y a Simón Bolívar, quien pelearía a sus órdenes como jefe de la fortaleza militar de Puerto Cabello al proclamarse la República de Venezuela en 1811.

Al caer esta primera república venezolana, en 1812,—luego del pacto firmado por Miranda y el jefe español Domingo Monteverde—, un grupo de jóvenes oficiales entre los que se encontraba el futuro Libertador Bolívar, apresa a Miranda ante los rumores de su traición a la república. Miranda queda en custodia de uno de aquellos oficiales, pendiente de que se le hiciera juicio para esclarecer su actuación. Este oficial, ante el avance de las tropas de Monteverde, se rinde y entrega a Miranda que es cargado de cadenas y trasladado al Castillo de San Felipe, en Puerto Cabello; más tarde, en junio de 1813, al Morro de San Juan de Puerto Rico, donde estará dos años prisionero y, finalmente, a La Carraca, en Cádiz, donde fallecerá de un ataque cerebrovascular, el 14 de julio de 1816, a los 66 años, en momentos en que planeaba su fuga.

Será precisamente Bolívar quien rendirá el mayor homenaje a la memoria de Miranda al proclamar en Angostura, el 17 de diciembre de 1819, el nacimiento de la República de Colombia, conocida por la historiografía como la Gran Colombia para diferenciarla de la Colombia actual. El nombre de Colombia era el que pensaba darle Miranda a su proyecto integracionista hispanoamericano, señalando en el concierto de las naciones la singularidad del vasto territorio encontrado por Colón. Sus leyes serían una mezcla de lo más avanzado del pensamiento de su tiempo con las más puras tradiciones de las culturas precolombinas, fundamentalmente la organización y estructura del poderoso imperio Inca. Su bandera, diseñada por él e izada por primera vez en lo alto del Fortín de la Vela de Coro, el 3 de agosto de 1806, durante una de sus fallidas expediciones libertadoras, es la bandera madre de la que surgen las bandera gloriosas de las tres repúblicas que formaron originalmente la Gran Colombia: Venezuela, la Nueva Granada (actual Colombia) y Quito (hoy Ecuador).

Los restos de Miranda, enterrados en una fosa común en la prisión de La Carraca, jamás fueron hallados. En el Panteón Nacional de Caracas se encuentra aún un cenotafio abierto dedicado a la memoria del gran americano. Las actuales generaciones que pueblan los países con cuya independencia y unidad soñó, apenas si conocen su nombre. Una vez más se cumple aquella verdad tremenda del patriota dominicano don Federico Henríquez y Carvajal cuando, al pronunciar el panegírico en el entierro del entrañable maestro Eugenio María de Hostos, expresó con el alma llena de tristeza: “Triste destino el de esta América infeliz, que sólo sabes de tus grandes vivos cuando solo son tus grandes muertos”.

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