Educacion

Pedro Henríquez Ureña: crítico de arte y esteta

PHU
Written by Debate Plural

Por: Odalís G. Pérez (Investigador de la Universidad Autónoma de Santo Domingo)

La pasión por el arte en Pedro Henríquez Ureña comenzó desde muy temprana edad y en los primeros tiempos de su formación educativa.  Familiarizado con una cultura de valores humanísticos, en su niñez y adolescencia, el futuro educador y culturólogo asistía al teatro,a la ópera y fue espectador en  exposiciones de artes visuales en los Estados Unidos, España, Francia, Argentina, México y en su natal República Dominicana. Todo el tiempo que estuvo en los Estados Unidos, entre 1901-1904, principalmente en New York,  Búfalo, y luego más tarde en  Washington y Minessota, estuvo ligado al arte musical, teatral y visual.

Además, Henríquez Ureña conoció a músicos, pintores, barítonos, tenores, sopranos, directores de orquestas, actores de teatro y teatros famosos de los Estados Unidos (New York, Minessota, Washington).  Escribió artículos para revistas y periódicos sobre arte, y justamente sus conocimientos musicales los compartió con su hermano Max que era también músico y crítico musical.

La estética de la poesía musical, del drama, de la ópera y de la creación pictórica fue su mundo, el momento existencial que incidió en su aventura intelectual en América y Europa.  La estética logró respaldar y coronar profesionalmente al crítico integrador y fundador que fue y que lo acompañó en sus avatares por Cuba, México, Argentina, España y los Estados Unidos.

Así lo demuestra en sus escritos sobre la música popular en América, el teatro, la pintura y la ópera que plasmó como testimonio artístico y cultural.  Alfredo A. Roggiano narra y documenta la primera experiencia de Pedro Henríquez Ureña al llegar a los Estados Unidos (Ver Pedro Henríquez Ureña en los Estados Unidos, México, D.F., 1961).  La experiencia del primer viaje (1901-1904) a New York y Búfalo la destaca Roggiano para mostrar aquel ambiente y aquel período en el cual PHU estuvo ligado a las artes y a su conocimiento.

“Llegamos, por fin, a New York, el 30 de enero… En New York encontramos a varios dominicanos: al ex presidente D. Alejandro Woss y Gil, hombre de inteligencia sutil, grande amigo de mi padre y de mi primo Enrique; al cónsul Leonte Vásquez, hermano del entonces vicepresidente Horacio; a los estudiantes Floricel Rojas y Niño Alfonseca…” (Op. cit. pp. XII-XIII).

Pedro y Fran debían practicar y aprender mejor el inglés y, en tal sentido, su padre aprovechó el viaje para dejarlos estudiando en New York, mientras él proseguía su viaje hacia Europa desde los Estados Unidos “con el objeto de” ensayar un arreglo de la deuda extranjera, que el régimen de Heureaux había dejado intrincadísima.” (“Memorias” en Alfredo A. Roggiano, op. cit, p. XII; vid. también “Memorias” p.8).

Su padre hizo el viaje con sus hijos Fran y Pedro Henríquez Ureña para que estudiaran y conocieran otro tipo de sociedad diferente a la dominicana (Vid. op. cit.).  Según relata PHU:

“En aquellos primeros días me dediqué con ahínco a los teatros: rara vez iba a los ingleses, pues no podía entender todavía a los actores; pero fui alguna vez a ver el Hamlet con Sothern y Virginia Harned.  El mercader de Venecia con NatGoodwin y MaximeElliot; en el teatro alemán de Irving Place, vi La dama de las Camelias con la vienesa Helena Odilon; y sobre todo, vi a Sarah Bernhardt en La dama de las Camelias dos veces en L’aiglon de Rostand, y hasta una piecesita de León Gozlan, La Pluie et le beautemps, que hizo con Coquelin en una función del Metropolitan Opera House a beneficio del empresario…” (Vid. p. XIV).

Por aquellos días y años PHU adquirió una cultura musical y teatral bastante específica, pues en Santo Domingo había estudiado música junto con Max que fue también un excelente músico.  Ver teatro, ópera y asistir a conciertos de grandes directores musicales, hizo de él, no sólo un aficionado, sino también, y más tarde, un crítico de arte “al óleo” moderno, tal y como se puede observar en escritos artísticos tales como: “Adolfo Salazar y la vida musical en España” (en Obras completas, Tomo IV; UNPHU, Santo Domingo, 1978, pp. 351-355; Recopilación y Prólogo de Juan Jacobo de Lara); ver también  “La leyenda de Rudel”, en Obras completas, Tomo II, pp. 15-19; La música nueva O. C. Tomo 1, 1976, pp. 135-138; La profanación de Parsifal, pp. 139-143;“La ópera italiana”, pp. 129-133).

La pasión de PHU por el teatro, o más bien, por las artes escénicas, se hace observable en textos como: “Eurípídes”, (ver O. C. Tomo III, pp. 227-229; Danzas y tragedias, pp. 227-229; Pigmalión contra Galatea, pp. 187-189; De París a Madrid, O.C. Tomo IV, pp. 345-349; La renovación del teatro, O.C. Tomo III, pp. 377-390).

En efecto, nuestro autor investigó en torno a los orígenes del teatro y de la ópera, origen y desarrollo de la música, historia del arte clásico y moderno de manera activa.  PHU no dejó de frecuentar teatros, museos de arte, filarmónicas y sobre todo textos dramáticos: de Eurípides, de Ibsen, Shakespeare, Bernard Shaw, Racine, Wagner, Víctor Hugo, Goethe y otros.

Al mismo tiempo escribía sobre arquitectura, pintura, dibujo, acuarelas, bocetos; arte mexicano, argentino, norteamericano, español, francés e italiano, desde una perspectiva crítica y estética.  Su enorme cultura musical, teatral y pictórica contribuyó al planteamiento de un proceso crítico de las artes visuales, escénicas y musicales de América y Europa.

Alfredo A. Roggiano cita sus Memorias del primer viaje a New York y Búfalo a propósito de su afición a las artes:

“El mes de agosto (1901) lo pasé en Búfalo, en la Exposición Panamericana.  La exposición, en sí, no me causó maravilla; no era muy extensa ni majestuosa; pero sí tenía hermosas perspectivas; sus edificios eran de poca altura y la mayoría, de arquitectura elegante: muchos estaban pintados de colores diversos, a imitación de los nuestros en América tropical.  Sus canales, lagos y fuentes daban gracia al conjunto, y  la iluminación nocturna era profusa, extraordinaria: aún a distancia de Búfalo se divisaba la torre eléctrica, en medio de la noche, como una columna de fuego.  Había exhibiciones interesantes y anuncios ingeniosos: de los países hispanoamericanos, que no habían concurrido todos, sólo Chile hizo una exposición importante.  Santo Domingo tenía un pequeño edificio, en el cual llamaba la atención una gran mesa, que ocupaba casi todo el salón central y que afectaba la forma de la isla, con los productos, café, cacao, azúcar, maderas y demás) distribuidos por regiones…” (Op. cit. p. XVI).

La descripción del joven PHU revela una aptitud y una actitud críticas, por cuanto se observa una visión estética de un concepto moderno de exposición y una prosa analítica e informativa que da cuenta de detalles reveladores de una visión artística de lo visto, lo mirado, lo pensado como forma artística y sobre todo la impresión que el joven y futurocrítico anota en sus Memorias, y que también se hará visible en sus posteriores textos artísticos.

Todo en Búfalo, el joven dominicano reseña en sus cuadernos o libretas de apuntes exposiciones de artes plásticas, la exhibición norteamericana de música, con músicos, directores y compositores famosos.

Escribe que: “La exhibición norteamericana era espléndida: Whistler,  con una maravillosa serie de nocturnos, variaciones (gris y plata, azul y plata, color de carne y verde: un balcón japonés, el Cloudel lote), jardines, marinas y escenas venecianas, y un boceto, El herrero; Sargent con sus vívidos retratos: entre ellos el delicadísimo Retrato de un niño; los paisajistas antiguos (ya muertos), George Inness, HomerMatin y Alexander Wyant; Abbey, con su sorprendente Martirio de Elodorade Gloucester; ElihutVedder, con sus orientalismos simbólicos, de extraño colorido; WinlowHomer, con sus marinas antillanas…” (Roggiano, Ibídem. p. XVII).

Los escritos artísticos de PHU fueron de gran aliento, pero sobre todo de seguros horizontes estéticos y críticos.  La fulgurante y sentiente intuición del crítico de arte y humanista dominicano, sugiere ideas ricas en apreciación y particularización cultural, toda vez que su práctica de espectador indicó desde el oficio de la crítica de arte, la estética musical y teatral nuevas expectativas que, a lo mejor sin él proponérselo, iban a marcar a otros críticos, directores de teatro y ópera, o simplemente iban a señalar un trazado artístico cultural en el marco de la primera mitad del siglo XX.

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